Evolutivamente nuestro cerebro más primitivo fue diseñado para protegernos de peligros, por eso sobrevaloramos las amenazas y tendemos a  minimizar los recursos. Actualmente esta característica del cerebro más primitivo permanece, por eso Rick Hanson describe al cerebro como “velcro para las experiencias negativas y teflón para las experiencias positivas”.  Muchas veces le prestamos tanta atención a los pensamientos desagradables, que perdemos dimensión de todo lo demás que ocurre a nuestro alrededor.

La mejor forma de compensar nuestra parcialidad negativa es absorber sistemáticamente experiencias positivas.  Las experiencias positivas son la fuente principal de nuestros recursos internos, como la felicidad, la resiliencia, el placer y el bienestar. Estas dependen de nuestro sistema de recompensas, que hace que nos sintamos bien al realizar la actividad, pero a menos que no les prestemos atención de manera consciente y continuada, pasan por nuestro cerebro como si fuese agua a través de un colador, se sostienen por poco tiempo, tiempo no suficiente para cambiar una estructura cerebral que es más sensible para percibir amenazas. Los eventos negativos se almacenan mucho más rápidamente en la memoria, al contrario de los eventos positivos que tardan 10 segundos o más para ser transferidos de la memoria de corto a largo plazo. Al ser tan fuertes los eventos negativos se necesitan 3 eventos positivos para aplacarlos.

El cerebro quiere que sobrevivamos; de todos modos, nuestro cerebro es un órgano que aprende, por lo tanto está diseñado para cambiar en base a las experiencias que toma del contexto en el que habita, por lo tanto, si construimos hábitos mentales positivos, con el tiempo el cerebro construirá recursos de afrontamiento cada vez más saludables.  Podemos cambiar nuestros patrones de pensamiento con una actividad que ocupe toda nuestra mente, prestando atención de manera consciente al momento presente, sin juzgar lo que pensamos.

El psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi, dice que los mejores momentos de nuestras vidas son aquellos en los que la mente o el cuerpo de una persona están comprometidos y exigidos para lograr un objetivo demandante y valioso. Csikszentmihalyi describe estos momentos como una experiencia optima, caracterizada como un estado de conciencia casi automático, sin esfuerzo alguno, aunque sumamente concentrado, a lo que llamo ¨fluir¨(flow).  Mientras que se desarrolla, no nos sentimos felices por la sencilla razón de que en el fluir, solo sentimos lo que se relaciona con la actividad. Solo cuando ésta termina, llega la acometida de bienestar, de satisfacción, y a la larga, cuanto más fluir experimentamos en la vida diaria, más probable es que nos sintamos felices.  Estas experiencias positivas, que son fértiles pero fugaces, hacen que la persona se sienta en armonía con el mundo que lo rodea y consigo misma.  Por unos instantes, la mente deja de pensar en el pasado o en el futuro, la mente está presente, es decir, deja de vagabundear, razón por lo cual deja de emitir juicios y amenazas, y está plenamente enfocada, al igual que cuando prestamos atención plena a lo que estamos haciendo o cuando encaramos alguna práctica formal de Mindfulness o alguna otra clase de meditación. Por eso es importante entrenar la atención, ya que no podemos evitar pensar, pero si podemos decidir hacia donde dirigimos nuestra atención. Es importante saber que para estar presente debemos llevar la atención a nuestros sentidos, que son los que nos anclan al presente, al aquí y ahora.

Entonces, si las emociones positivas no han servido a nuestros antepasados para sobrevivir de las amenazas, ¿cuál ha sido y es su función en nuestra vida? Tienen un valor adaptativo?  Si bien las emociones positivas no parecen resolver problemas de supervivencia inmediata, elaboran y amplían nuestro repertorio de respuestas, generando mayor apertura y flexibilidad cognitiva.  Además, favorecen el establecimiento de vínculos con otras personas, compensando el impacto de lo negativo en el cuerpo y la mente.  Al modificar la perspectiva subjetiva mediante la cual evaluamos una determinada situación, las emociones positivas nos ayudan a calmarnos más rápidamente, contribuyendo a descender el ritmo cardiaco y la presión sanguínea, al mismo tiempo que alivian la tensión muscular. Dichos cambios fisiológicos, la mayoría de las veces, son activados por la ansiedad, el miedo o el enojo, con lo cual, mejora la respuesta fisiológica al estrés, reduciendo sistemáticamente las falsas alarmas, ajustando el umbral y magnitud de recompensas y amenazas, logrando un espiral ascendente en nuestro ánimo y bienestar emocional.

Para poder registrar de manera consciente tus emociones positivas, te propongo un ejercicio sugerido por el psicólogo Martin Seligman: por la noche, antes de irte a dormir, dedícale diez minutos a escribir tres cosas que hayan salido bien durante el día y por qué salieron bien.  No es necesario que esas cosas hayan sido transcendentales por su relevancia, pero si tienen que ser significativas para vos. Junto con cada hecho positivo que hayas consignado, responde a la pregunta ¿Por qué sucedió esto? Estas anotaciones te van ayudar a identificar quienes son las personas y cuáles son las cosas que contribuyen a tu bienestar, experiencias cercanas a tus vivencias personales, y lejanas de imposiciones de positivismo toxico, impuestas por la sociedad, mandatos, redes, etc, que muchas veces pueden ser invalidantes para la persona, ya que las emociones no son ni buenas ni malas, son parte de nuestro repertorio emocional que nos comunican y preparan para actuar, por eso es muy importante gestionar nuestras emociones, haciéndoles un espacio tanto a las emociones positivas como negativas para escuchar, con plena aceptación y presencia, lo que nos quieren comunicar cada una de ellas.

 

Bibliografía:

  • Rick Hanson (2015) Cultiva la felicidad…Aprende a remodelar tu cerebro y tu vida, Editorial Sirio
  • Martin Seligman (2012) La auténtica felicidad, Editorial Zeta
  • Mihaly Csikszentmihalyi (1997) Fluir (Flow)…Una psicología de la felicidad, Editorial Kairós