Al hablar de apego, hacemos referencia a una modalidad vincular aprendida en la primera infancia. Esta depende de la disponibilidad emocional que recibimos de nuestros padres durante los primeros años de vida.

En el desarrollo de todo niño es sumamente importante que sus padres o cuidadores puedan estar disponibles para satisfacer sus necesidades, en el tiempo y el modo adecuado. Esta disponibilidad le permitirá al niño identificarse como una persona diferente a sus cuidadores, dándoles la confianza idónea de que ellos van a estar si él los necesita; permitiéndole así la exploración del mundo que lo rodea. Lo que aumentará la confianza en sí mismo y por lo tanto favorecerá el desarrollo de su autoestima.

Bowlby (1979) desarrolló la teoría del apego. La misma nos permitió explicar cómo las personas nos desenvolvemos en la vida adulta en base a tres tipos de apegos aprendidos según la disponibilidad de nuestros cuidadores. Lo que nos permite crear o no, vínculos afectivos duraderos y sólidos con personas determinadas a lo largo de la vida. Esta propuesta es una de las más influyentes en la psicología, puesto que se la considera como un cuerpo sólido con importante investigación empírica.

Definiremos para poder establecer los tipos de apego, cuatro bases fundamentales de la teoría del apego:

  1. Mantenimiento de proximidad: Definido como el deseo de estar cerca de aquellas personas con las que se habría creado un vínculo. Puede ser la figura materna o un referente materno.

  2. Refugio seguro en el que buscar consuelo y seguridad ante el peligro de una amenaza: El infante necesita de figuras que le brinden seguridad y protección para sentirse a salvo de aquellas situaciones o experiencias que le significan miedo o amenaza.

  3. Base segura desde la cual explorar el mundo: Esta característica le permite al niño explorar su mundo circundante con la seguridad de sentirse protegido por sus figuras de protección y cuidado, lo que hace que internamente su mundo no sea peligroso.

  4. Angustia por separación: Esta última, esta generada por la ausencia de la figura maternal.

Resulta fundamental que la interacción que el niño vaya a recibir de su cuidador sea de protección y de contención cuando este lo necesita, puesto que de esto depende la capacidad del niño para establecer vínculos afectivos seguros. Esto que Bowlby (1980) identifica como “modelos operantes internos”, implica la capacidad emocional interna del niño, el cual aprende que tiene un mundo interno propio, el cual está formado por diferentes emociones y sensaciones. Aprende a identificar lo que siente y de qué manera regularlo. Esto lo ayuda a entender que por ejemplo, al sentir angustia, esta se puede calmar.

Puesto que a partir de experiencias repetitivas con sus figuras de apego el niño podrá anticipar, interpretar y responder ante la conducta de sus figuras de cuidado. Logrará una integración de conductas pasadas y presentes en esquemas cognitivos y emocionales. De esta forma cada estilo de apego, se va a distinguir por diferentes características y modos específicos de manejar las emociones.

Apego Seguro: Se caracteriza por la baja ansiedad y evitación, se puede percibir comodidad con la cercanía de las figuras de apego y también con la independencia, por lo que se evidencia angustia adecuada ante las separaciones del cuidador y tranquilidad cuando éste regresa. Esto es posible debido a que la interacción entre ambos denota calidez, seguridad y confianza en el vínculo. Esto permite que la relación vincular sea vivenciada como una fuente de apoyo, que brinda mejores recursos de afrontamiento para manejo de estrés.

En la rabia en particular, Mikulincer (1998) señala que cuando personas seguras están enojadas tienden a aceptar su ira, expresar su enojo controladamente y buscar soluciones a la situación. En un estudio que explora la relación entre estilos de apego y síntomas de ansiedad y depresión (Muris, Mayer & Meesters, 2000), se reporta que niños con estilo de apego seguro exhiben menores niveles de ansiedad y depresión, comparado a los niños con estilos inseguros.” (Garrido y Rojas)

Debido a que son capaces de reconocer qué están sintiendo y de qué manera afrontarlo, logran mayor estabilidad emocional, favoreciendo mayor y mejor intimidad en sus vínculos. Logrando así mayores niveles de afectos positivos.

Apego Evitativo: Se caracteriza por vínculos de desconfianza y de distancia emocional. El miedo a ser rechazados los lleva a una desconexión emocional. Deja de mostrar sus emociones para poder acercarse a sus figuras de cuidado, que no logran registrar o satisfacer la demanda del niño. Pero al necesitar la atención de sus cuidadores para poder sobrevivir, el niño deja de mostrar sus emociones, comienza a invisibilizar sus propias necesidades, hasta que deja de registrarlas.

Mikulincer (2003), enfatiza que en el estilo evitativo no hay seguridad en el apego, se produce una autosuficiencia compulsiva y existe preferencia por una distancia emocional de los otros. Sin embargo, se ha constatado en niños con este estilo que, aunque éstos parecen despreocupados por las separaciones, muestran signos fisiológicos que denotan la presencia de ansiedad y esta activación se mantiene por mucho más tiempo que en los niños seguros (ByngHall, 1995), lo que también ha sido demostrado en bebés (Sroufe & Waters, 1977).”

La consecuencia de esta desconexión emocional en la vida adulta, se expresa en la dificultad para identificar, sentir y expresar emociones. Se presentan como personas autosuficientes, incapaces de pedir ayuda, debido a que han negado su vulnerabilidad.

La autonomía e independencia que demuestran funciona como una pantalla para cubrir el miedo que les produce vincularse con sus emociones. Esto les impide ser coherentes con ellos mismos, puesto que no logran tomar decisiones evaluando qué quieren, sienten o necesitan. Toman decisiones de manera pragmática, por lo que minimizan la importancia del vínculo con otros.

Apego Ansioso Ambivalente: en este tipo de apego, el cuidador en ocasiones se muestra disponible, dispuesto a una conexión real con el niño, donde es capaz de registrar sus necesidades y satisfacerlas de forma adecuada, recibiendo amor, calidez y protección; pero en otras oportunidades, éstos se muestran distantes y evitativos. El entorno se vuelve impredecible para el niño ya que no logra descubrir en qué momento va a ser registrado. De esta forma el niño se vuelve demandante, puesto que ha aprendido que si insiste reiteradas veces, logra ser escuchado y su necesidad es cubierta.

Mikulincer (2003), enfatiza que en el estilo ansioso ambivalente se aprecia alta ansiedad y baja evitación, inseguridad en el apego, fuerte necesidad de cercanía, preocupaciones en cuanto a las relaciones y miedo a ser rechazado.”

En la vida adulta, la consecuencia de este tipo de apego se registra en la dependencia emocional, ya que buscan que otra persona pueda calmar en ellos eso que no fue calmado. Son personas con hipersensibilidad, tienden a exagerar sus necesidades, angustias y emociones, para garantizarse la proximidad en los vínculos, ya que se repite la modalidad vincular experimentada en la infancia con sus cuidadores.

Espacio terapéutico y Regulación Emocional

El espacio terapéutico brinda el encuadre apropiado para poder trabajar con estos tipos de apego.

En el caso del apego evitativo, son pacientes que se hiperactivan, suelen presentar emociones exacerbadas por lo que es importante ofrecer técnicas de regulación que les permitan hacer “pausas” antes de tomar decisiones. Resulta fundamental trabajar en la independencia emocional, mostrándoles que ya no necesitan de otro que los regule. Trabajar en la identificación de sus emociones de manera autónoma, les permitirá elegir una mejor estrategia de afrontamiento ante la angustia, miedo, entre otros. Generalmente los desregula la ausencia física del otro, puesto que esto supone la pérdida absoluta del vínculo. Debe aprender que puede ser apoyado o querido independientemente de estar presente, ya que eso no significa ser abandonado.

El trabajo en el autoestima, la seguridad y la autoconfianza, le permitirá comprender que como adulto puede contar con sus propios recursos para poder calmarse y autorregularse. Recordando que fueron niños que no pudieron explorar el mundo por estar pendientes en llamar la atención de los padres; resulta significativo empoderar la independencia, ya que sólo cuando logramos sentirnos seguros podemos percibir el mundo sin sentirnos expuestos.

Cuando trabajamos con pacientes que tienen apego evitativo, notamos que se enfocan sólo en lo práctico y lo concreto, perdiendo de vista el plano emocional por lo que suelen hipoactivarse, es decir, desconectarse completamente de lo emocional.

Es fundamental trabajar en reconectarlos con sus emociones, al ritmo de cada paciente, ya que si se avanza muy rápido, pueden percibir su mundo emocional muy intrusivo, lo que sería agresivo para ellos.

Recordemos que fueron niños que al pedir ayuda no fueron registrados, y la solución que encontraron fue desconectarse de sus necesidades emocionales. Por lo tanto es importante enseñarles a registrar qué sienten cuando se vinculan con otros, qué sentirían confiando, pidiendo ayuda o apoyándose en los demás. Esto permitirá que aprendan a no huir de la intimidad, para poder re descubrir su propio mundo emocional interno.

Es fundamental que poco a poco aprendan a conectarse con su vulnerabilidad, ya que la autosuficiencia que presentan en realidad es un mecanismo defensivo que crearon cuando pidieron ayuda desde niños y no fueron escuchados. Es trabajo terapéutico brindar la disponibilidad emocional y la escucha que estos pacientes no tuvieron, para que puedan aprender a registrar sus emociones y usarlas en su beneficio, sin percibir esto como amenazador.