Sucede a menudo que algunas personas al interactuar con otras en la vida diaria, en sus trabajos o en alguna reunión social experimentan, en estas habituales interacciones, un fuerte sufrimiento y malestar.
Solo pensar en exponerse a esta situación de interacción social dispara en su cuerpo una serie de manifestaciones físicas como por ejemplo es posible que no encuentren las palabras para expresar aquello que desearían decir o se enrojece su rostro, las manos se humedecen, sienten que su corazón se acelera y muchas otras manifestaciones más que les llevan en muchas ocasiones a utilizar como estrategia de afrontamiento para lidiar con este malestar la “evitación” como modo de respuesta para disminuir la ansiedad que les provoca.
¿Pero qué sucede en estas personas para que vean de manera tan amenazante la mirada del otro?
Muchas veces la idea que tienen en mente es que piensan que el otro emite un juicio de ellos al mirarlos, reconociendo algo que les produce vergüenza de su persona, de esta manera se produce por un lado una interpretación anticipatoria con un sesgo cognitivo negativo asociado a una deficiente conformación de la imagen personal o autoestima.
En el mundo intimo de un avergonzado habita un detractor obsesivo que no cesa de murmurar diálogos internos negativos a modo de autocrítica tales como “eres despreciable” “se van a dar cuenta de tus errores, o tus faltas” etc.
Los avergonzado suelen adaptarse a la vergüenza mediante comportamientos de evitación, ocultación o retirada de la interacción social.
Algunas veces con la edad se apacigua la vergüenza, es menos viva e intensa esta emoción, porque se han vuelto más fuertes, confiados y aprenden a aceptarse como son, concediendo menos valor a la mirada del otro.
Los avergonzados presentan un desgarro en su interior, es posible que haya sucedido algún hecho traumático que no pueden compartir y en esta emoción guardada reside la fuente de su sufrimiento, este evento traumático si ocurre en una etapa temprana del desarrollo de la personalidad que los ha hecho sentir expuestos y humillados, podría imprimir en la memoria como una zona ulcerada, dolorosa que crea aptitudes emocionales y conductuales relacionadas a entorpecer la interacción social experimentando la vergüenza, ese algo puede ser un hecho concreto o alguna alteración en el vínculo primario de interacción social con las primeras figuras de apego.
El Yo solo existe en el Otro en un comienzo, un niño pequeño repite y considera verdadero lo que dicen de él los adultos que ama, de manera progresiva los niños se vuelven capaces de dejar de ser el centro de sus propias representaciones y aprenden a través de la empatía a representar el mundo de los otros distinto del suyo y es en esta representación de lo que interpretamos que el otro está pensando donde reside parte de este problema, pues la vergüenza la origina sobre todo el hecho de creer que el otro tiene una opinión degradante de nosotros. Los avergonzados esperaban el aprecio de estas primeras figuras de apego pero algo que no se formó de manera adecuada en este vínculo intersubjetivo primario les hace creer que para el otro son despreciables, si ellos se desprecian a sí mismo es lógico pensar que el otro también los desprecie, aunque muchas veces el otro no tiene esta idea de ellos. Los avergonzados “elige fragmentos de la realidad, agudiza sus sentidos en miradas, gestos que le confirmen lo que cree que es y el desprecio del otro”.
Desde un proceso de psicoterapia es posible trabajar en reconstruir una imagen realista de si mismo reconociendo sus fortalezas y debilidades aprendiendo a aceptarse tal y como son con sus singularidades que los hacen únicos y diferente de otros como parte de la riqueza de la diversidad.
Por otro lado se podrá trabajar en las distorsiones cognitivas con las que interpretan la realidad, y así lograr tener una vida más plena.
Material tomado de #Morirse de Vergüenza, Boris Cyrulnik.