Pensar la infidelidad como un evento presente en algunas historias de pareja, requiere la posibilidad de realizar lecturas complejas en torno a la misma. Poder historizar y contextualizar su significación dentro de los vínculos sostenidos en un encuadre propuesto por la monogamia dentro de sistemas patriarcales, habilita la apertura de cuestionamientos en nuestras elecciones y en nuestras modalidades vinculares. Pero, ¿de qué hablamos cuando hacemos referencia a este término?
La palabra infidelidad, proviene del latín infidelitas formado por in = negación, y fidelitas = fidelidad. Se entiende entonces que la palabra significa el incumplimiento de la fidelidad. La infidelidad se constituye como un proceso complejo que se da dentro de la relación marital; es resultado de una gran cantidad de factores que la influyen y determinan, entre los que se encuentran los sociales, familiares, individuales y sexuales. Cada uno de estos elementos interactúa de manera diferente en cada uno de los casos.
Pittman (1994) plantea a la misma como “una defraudación, traición y violación de un convenio de la relación monogámica en la que ambos integrantes acordaron exclusividad sexual de uno a otro”. De esta manera, cada pareja elaboraría su propio código acerca de la infidelidad, aunque a pesar de ello, algunos aspectos se presentarían como características generales de esta situación. Se puede nombrar entre estos: la deshonestidad sexual intraconyugal, lo desconcertante y desorientador de quien es engañado y se descubre en esa circunstancia, y la vivencia de “lo destructivo” frente a los secretos y mentiras implicadas.
Siguiendo a Ester Perel (2016), podemos decir que durante mucho tiempo, el matrimonio fue un producto social, económico y de género, que poco tenía que ver con la idea del amor romántico. Lo importante era la familia como célula social y como tal, era lo que contaba. Lo que ocurría dentro de la pareja no era importante, por lo que a nadie se le ocurría cuestionarlo. Dentro de este contexto, la infidelidad representaba una amenaza puramente económica.
Pero desde el momento en que se fue integrando el amor de pareja con el matrimonio, la misma se transforma en una traición de amor.
Congruente a ello, también comenzó a ser considerada como un síntoma de que algo no va bien en la pareja o algo no va bien en alguno de los miembros de la misma, destacándose la presencia de una deficiencia en el vínculo o en alguno de los integrantes.
Ester Perel (2016) afirma que el tema del deseo, de la atracción por otros, de las reglas de exclusividad de la monogamia, entra en cuestión en la pareja porque se presenta una crisis. Generalmente no se suele hablar del tema antes, ya que la concepción romántica del amor monógamo no admite cuestionamiento. De esta manera, se instalaría la idea de que a partir del encuentro de la otra persona, ya no existe ninguna atracción por alguien más. Entonces no se hablaría hasta que “la encrucijada” irrumpe como una fuerza que amenaza la estabilidad y la solidez del vínculo.
En esta misma línea, expresa que el tema central de la infidelidad es la transgresión. Sostiene la hipótesis de que las personas pueden sentirse muy satisfechas con su pareja y tener infidelidades, porque muchas veces este hecho no se relacionaría con querer dejar a la pareja, sino más bien con una búsqueda o una exploración personal. Esto no quitaría de escena, la ruptura de un pacto implícito y explícito (si hablamos de relaciones monógamas), que rige el vínculo de exclusividad sexo-afectiva entre ambas partes. La traición sería para la otra persona, mientras que para quien es infiel, podría estar significando el deseo de “un lugar secreto”.
La traición representaría un hecho que lastima, introduciendo el sentimiento de abandono, el quiebre de la confianza, expresándose mediante sentimientos dolorosos para la persona que lo padece, pero para la otra persona, podría ser solo una expansión, un descubrimiento, una exploración. Y esas experiencias van juntas aunque resultan incompatibles, y muchas veces de muy difícil comprensión. Puede que quien inicie con esta conducta, se encuentre frente al deseo de vivir “por un rato” otra historia, predominando connotaciones de irrealidad, ilusión y transitoriedad, sin considerar que este comportamiento podría poner en jaque la continuidad del vínculo de pareja.
Y una vez descubierta, ¿cómo se sigue?
Cuando una pareja atraviesa por este tipo de situación, es esperable que si previamente existía un cierto malestar que los distanciaba, el mismo se incremente. O también puede suceder, que, ante la sorpresa de descubrir la infidelidad por parte de uno de los miembros, la reacción y el impacto en la otra persona sea devastador, y muy difícil de entender. Dependerá en cada caso de la historia vincular de la pareja, del hecho de que sea una primera vez o ya suceda de manera reiterada, formando parte de una etapa o de algo instalado en la dinámica de la relación.
Algunos factores intervinientes en la aparición de la misma, podrían ser:
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El hecho de que una de las partes haya dejado de cubrir necesidades relacionales anteriormente cubiertas.
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Perder de vista cambios que se vienen sucediendo.
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El surgimiento de diferencias por un crecimiento en sentidos diferentes.
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Aparición de “juegos sucios” (doble vida).
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Exceso de proximidad y distancia.
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Crisis individual de alguno de los miembros, que conduce a una retracción en el que lo vive.
A su vez, la construcción de espacios comunes e individuales y la manera en que ambos son vivenciados, también orientaría en cuanto a la posibilidad de la existencia de una asimetría vincular, que sentaría las bases para facilitar la aparición de un tercero. Los constructos de lealtad, mutua pertenencia, honestidad, irían marcando expectativas en el vínculo de pareja, que resultarían amenazados en cuanto alguno de los miembros rompe el pacto de exclusividad y compromiso respecto al proyecto común, y comienzan a circular preguntas y temores asociados a ello.
Ante esto sería poco prudente aludir a la existencia de maneras correctas o incorrectas para “enfrentar la situación”, y más bien podríamos pensar en cuáles son las alternativas posibles dentro de cada historia vincular. La complejidad del evento o de lo que el mismo genera en cada miembro, así como en la construcción de un “nosotros” que se presentaba quizás como “indestructible”, abre las puertas a nuevos interrogantes.
Si bien existe la posibilidad de que la infidelidad en cualquiera de sus formas conduzca a la ruptura definitiva del vínculo, antes de llegar a esta situación se suelen plantear opciones. A partir del reconocimiento y de la explicitación de un malestar presente, se puede pasar de los reproches, recriminaciones, ambivalencia afectiva, a plantear el abordaje de este panorama en un contexto terapéutico. Una de las motivaciones posibles, podría tener que ver con la idea de reconstruir algo del vínculo de pareja que se ve afectado a partir de la infidelidad, o también se puede habilitar un espacio de escucha y comprensión que quizás conduzca en otras direcciones.
Para seguir pensando…
Frente a este recorrido, se puede concluir que la infidelidad, resulta un tema ligado a la cultura por lo que es significado y elaborado, dentro de una idiosincrasia particular. De esta manera, se condena, juzga, comprende o perdona dentro de ciertos patrones socio-históricos que condicionan los vínculos de pareja y los acuerdos que circulan en las relaciones.
Por otra parte, su abordaje terapéutico requiere de una mirada entrenada en la complejidad de la situación, considerando la multiplicidad de factores asociados a este evento, tanto en lo individual de cada miembro como en la historia de la relación. Las creencias, pactos explícitos e implícitos, las modalidades de afrontamiento presentes ante las crisis y los recursos con los que cuenta la pareja, son algunos indicadores respecto a cómo seguir luego del reconocimiento de esta situación.
Poder plantear la misma en un entorno de escucha respetuosa, resulta condición indispensable para esbozar la comprensión de su presencia, como evento funcional a algo en particular dentro de esa relación singular.