Se estima que la pandemia por COVID-19 tiene cuatro olas o huellas en la salud de la humanidad. La cuarta ola, la más grande de ellas, refiere al incremento notable de casos de burnout, trastornos mentales y traumas psíquicos derivados de todos los sucesos sociales y económicos relacionados con la pandemia. Esta ola, equivalente a una pandemia de salud mental, no está exenta para los trabajadores de la salud. Los profesionales de la salud mental somos los próximos a estar en la primera línea de atención, por lo que deben diseñarse estrategias tempranas y programas preventivos exhaustivos para este daño. El monitoreo y atención temprana del burnout, son estrategias ineludibles desde la prevención secundaria para disminuir los impactos causados por el COVID-19.

En esta primera parte, presentaré aspectos generales del síndrome y cómo el mismo impactó en los profesionales durante la pandemia.

La OMS definió al Burnout como: “un síndrome que resulta de estresores crónicos del trabajo que no han sido afrontados exitosamente”. La definición más aceptada es la de Maslach, que lo describe como “una forma inadecuada de afrontar el estrés crónico, cuyos rasgos principales son el agotamiento emocional, la despersonalización y la disminución del desempeño personal”. Nótese que ambas definiciones coinciden en apuntar que es una inadecuada respuesta al estrés crónico el detonante de este padecimiento. El burnout se refiere exclusivamente a un fenómeno del contexto ocupacional.

A pesar de su reconocimiento como un factor de riesgo laboral por parte de la OMS y de su frecuente diagnóstico de parte de profesionales de la salud mental: El Síndrome de burnout no se describe en la CIE-10, ni en el DSM IV, tampoco se incluyó en la nueva versión del DSM-V.

El síndrome tiene consecuencias negativas para profesionales, pacientes e instituciones. Está asociado a un incremento del error médico y una disminución en la productividad y a tensar un ya sobrecargado sistema médico. Quizás lo más urgente ahora son los vínculos bien estudiados entre el burnout y la depresión, el abuso de alcohol y la ideación suicida. Además impacta en el estrés, ansiedad, retiros tempranos y renuncias inesperadas. Esta bien documentado que los médicos se suicidan a tasas mucho más altas que el público en general y, en promedio, 400 médicos estadounidenses mueren por suicidio cada año.

García et al. tomó 19 estudios en un meta análisis y reportó una relación significativa entre niveles altos de burnout en el staff médico y empeoramiento de la seguridad de los pacientes. Además, niveles más altos de burnout podrían contribuir en insatisfacción de los pacientes en su tratamiento y mayor número de quejas. El burnout disminuye la calidad de los servicios médicos, e indirectamente causa la progresión generalizada del COVID 19 por la fatiga resultante de la protección personal y el cuidado del paciente.

Una pandemia de larga duración incrementa los niveles de burnout, convirtiendo esto en un círculo vicioso. La OMS confirmó que el impacto de la pandemia en la salud mental es preocupante y que los trabajadores de cuidado de la salud que están en la primera línea de atención al COVID-19, son particularmente vulnerables. Esto ocurre por las altas cargas de trabajo, el riesgo de infección y las decisiones de vida o muerte que tienen que tomar, entre otras cosas. Antes de la pandemia, los profesionales de la salud estaban expuestos a estresores psicosociales, como altas cargas de trabajo, bajo apoyo social, desequilibro entre esfuerzo y recompensa, entre otros.  Con la  pandemia, estos factores se han incrementado, e incluso se han sumado otros estresores propios de esta situación.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) señala que los principales factores psicosociales de estrés durante una pandemia para personal en la primera línea de emergencia (trabajadores sanitarios, entre otros) son: el temor por el bienestar propio o de familia y compañeros, falta de equipo de protección personal, aislamiento, falta de apoyo social o de red social, tensión entre los protocolos de seguridad establecidos y el deseo de cuidar o ayudar a personas, dificultades para mantener estilos de vida saludables, aumento de exposición a la estigma social, discriminación e incluso violencia por otras personas.

Pese a que existen estudios relativos a la problemática de salud mental en el personal de salud durante la pandemia, existen pocos que aborden puntualmente el burnout.

El estudio de García et al. en 1257 trabajadores de 34 hospitales en China, encontró que 50,4% de los participantes presentaba síntomas de depresión, 44,6 % de ansiedad, 35 % de insomnio y 71,5 % de distrés. En Francia se reportaron incrementos en las adicciones e intentos de suicidio. En Italia se encontraron prevalencias similares en estos trabajadores, aunque adicionalmente ubicó 49,38% de síntomas altos de estrés postraumático. En México, algunas encuestas institucionales encontraron que 7 % de los trabajadores de la salud han recibido agresiones en la vía pública, 40 % reconoce que se ha ausentado por estrés y el 35 % ha considerado renunciar durante esta contingencia. Asimismo, hallazgos preliminares de un estudio en personal de salud mexicano, que trabaja en hospitales durante la pandemia de COVID-19, ha encontrado que 27,4 % presenta síntomas de ansiedad, 16,9 % de depresión y 44,1 % de estrés. La frecuencia más alta se encuentra, sin embargo, en el efecto psicológico del burnout con un 47,6 %.  En estados unidos, cerca del 54,4% de los médicos mostraron al menos un síntoma de burnout en cualquiera de sus variantes. Algo similar se observó en residentes y fellows. En Taiwán, país que logró el control de los casos para Marzo de 2020, aproximadamente el 31% de los médicos (n=357) sufrieron burnout durante el estudio que se realizó.

El personal que trabaja en las áreas de hospitalización, oncología, traumatología, terapia intensiva, urgencias, medicina interna, psiquiatría y pediatría muestran índices de burnout superiores. Esto es debido a que la atención a personas con enfermedades crónicas demanda recursos cognitivos y físicos muy específicos que lo favorecen. Dentro de las especialidades médicas en las que aparecen índices elevados de burnout se encuentra la salud mental, sobre todo en los aspectos de despersonalización y agotamiento emocional.

Según Breéis y Cols., el trabajo en salud mental implica muchas características de riesgo. El tipo de pacientes que se atienden tienen una alta carga de sufrimiento y necesidades muy específicas. El profesional realiza intervenciones constantes, enfrenta problemas profundos y forma una relación cercana y confidencial con cada paciente. Tal implicación en los problemas emocionales llega a repercutir en la vida personal del psicólogo o psiquiatra. Así, se han encontrado índices de hasta 80% de probabilidades de sufrir desórdenes mentales debido a la susceptibilidad de internalizar las experiencias negativas de los pacientes (Breéis y cols.,2009; Kumar y cols., 2007; Kumar , Hatcher y Huggard+, 2005).

La investigación al respecto da prioridad a la presencia del síndrome en médicos y enfermeras y al análisis de grupos específicos.  Sin embargo, en el caso de los psicólogos, la investigación aún es limitada y se ignora la incidencia del síndrome y de los factores que se relacionan a su aparición.

Por lo expuesto, queda clara la relevancia del síndrome en la coyuntura actual y su repercusión sobre el sistema de salud en su totalidad. En próximos apartados, expondré las estrategias propuestas para el tratamiento y prevención del mismo; conocer las mismas es de vital importancia para evitar las consecuencias del burnout.