En primer lugar, es importante mencionar que la ansiedad es un estado emocional provocado por la activación del miedo. El miedo como emoción, enciende una alarma cada vez que percibimos un peligro o amenaza para nuestra seguridad física y psicológica. Entonces, es la ansiedad la que nos prepara física, cognitiva y conductualmente para afrontarla, es ese motor que nos impulsa a activarnos y a llevar adelante nuestras actividades cotidianas. Inclusive, es necesaria para resolver conflictos del día a día. Si tenemos que cumplir con un horario laboral y se acerca la hora de salir de casa, la ansiedad será la encargada de mantenernos en movimiento para lograr nuestro objetivo y llegar a tiempo. Pero, cuando sobrepasa la cantidad necesaria para adaptarnos a las exigencias del ambiente, puede volverse nociva generando un estado de alerta persistente. En este caso, la ansiedad se manifiesta al anticipar situaciones que se valoran como aversivas porque se perciben como incontrolables, ya que potencialmente podrían resultar perjudiciales a los intereses de una persona. Tanto el miedo como la ansiedad tienen una orientación hacia sucesos futuros en el que predominan preguntas del tipo: “¿Qué pasaría si…? ¿Y si…?”. Si la intensidad de la emoción es alta, la mente responde a estas preguntas dando lugar a interpretaciones catastróficas donde esta valoración cognitiva inhabilita nuestros recursos para enfrentar una amenaza que, a su vez, se sobreestima.

Cuando se experimenta ansiedad, evolutivamente hay una tendencia a poner en juego mecanismos de evitación o escape gracias a la respuesta de lucha/huida, que ha tenido una función al servicio de la supervivencia como especie humana. Constantemente nos encontramos huyendo de situaciones o estímulos peligrosos con la finalidad de mantenernos a salvo. Si eventualmente una persona se cruza con un perro que la enfrenta y la persigue de camino al trabajo, gracias a esta respuesta automática podrá correr lejos del peligro. Pero si luego de este evento, la persona siente un miedo intenso a revivir esa situación sin la presencia física de la amenaza y esto deviene en una modificación de su camino habitual, o en casos más extremos, a no salir de su casa, entonces podemos decir que la persona utiliza conductualmente el mecanismo de la evitación. Esta estrategia funcionaria a corto plazo, porque produce un alivio momentáneo de la sintomatología ansiosa. Alejarnos del peligro resulta adaptativo, ya que promueve la supervivencia. Pero ¿qué consecuencias trae a lo largo del tiempo? A largo plazo es la misma evitación la que mantiene la ansiedad, aumentando las probabilidades de que se continúen utilizando conductas de evitación y, como consecuencia, se ven afectadas ciertas áreas vitales de las personas.

Entonces, las terapias de exposición pretenden desarmar el círculo que mantiene la evitación proponiendo contactar con las situaciones o estímulos internos temidos para dar lugar a nuevos aprendizajes. Según Bados (2011), las técnicas de exposición consisten en afrontar situaciones (subir un ascensor, ir al médico, viajar en un subterráneo, recibir críticas) o estímulos internos (preocupaciones, miedo a contraer una enfermedad, sensación de desmayo) que generan ansiedad o emociones altamente displacenteras y/o provocan el impulso de realizar una conducta determinada. En el tratamiento cognitivo conductual, dependiendo del caso, se trabaja con diferentes tipos de exposición:

  • Exposición en vivo: consiste en enfrentarse a situaciones temidas de la vida cotidiana reales, como tomar un transporte público, sacarse sangre, estar en lugares con altura, etc.
  • Exposición en imaginación: se trata de que la persona se imagine a si misma afrontando aquellas situaciones que generan emociones intensas y que disparan ciertos impulsos de acción. Puede tratarse, por ejemplo, de recordar una experiencia traumática que ya ocurrió como imaginar eventos contenidos en las preocupaciones.
  • Exposición interoceptiva: mediante ejercicios que evocan las sensaciones físicas que se temen, se espera que la persona se exponga a ellas sin intentar cambiar nada.
  • Exposición narrativa: se le pide al/la consultante que escriba situaciones que generan ansiedad y que la lea en el espacio terapéutico.
  • Exposición mediante realidad virtual: la persona se expone a los estímulos temidos mediante cascos o gafas de realidad virtual que logran que se sumerja en un ambiente virtual logrando que se evoquen las emociones similares a las que se experimentan en situaciones reales.
  • Exposición con prevención de respuesta: el cliente se expone a los estímulos temidos controlando el impulso de realizar una acción. Por ejemplo, tocar un insecticida controlando el impulso de lavarse las manos.
  • Exposición mediante ayudas audiovisuales: con videos o sonidos, la persona contacta con aquellas situaciones que le generan ansiedad a la vez que se imagina a si mismo dentro del contenido audiovisual. Por ejemplo, si se trata de una fobia a las cucarachas, el/la consultante ve un video del insecto y se imagina estando cerca de ella.
  • Exposición simulada: también conocido como role playing, se ensaya dentro de la sesión junto con el/la terapeuta alguna situación social problemática, que desencadena emociones tales como ansiedad, miedo o ira.

En equipo con el/la consultante, se identifican estos estímulos para luego jerarquizarlos desde los que menor ansiedad representan a los que más intensidad emocional conllevan. Una vez realizada la jerarquía, se trabaja en consulta para que la persona pueda ir afrontándolos de manera sistemática hasta que se reduzcan significativamente tanto la intensidad de la emoción como el impulso de acción.

De esta manera, cabe preguntarnos: ¿para qué sirve la exposición?

Como se ha mencionado anteriormente, se espera que se extingan las respuestas condicionadas de ansiedad. En otras palabras, una vez presente el estímulo temido se trabaja para que la persona pueda permanecer frente a él sin alterar su comportamiento, y eso lograría que la respuesta de evitación/escape tenga menos probabilidad de aparición en situaciones futuras. Frente a esto, se generaría una habituación o una reducción significativa de la activación fisiológica y emocional gracias a presentarse repetidamente el estímulo aversivo. La persona podría “acostumbrarse” a estar presente frente a aquello que ha evitado anteriormente, logrando que su activación emocional y corporal disminuya cada vez que se presente la situación temida. Simultáneamente, aumenta la propia confianza de la persona en sus habilidades de afrontamiento logrando que también aumenten las expectativas de mejora. Gracias a la exposición, disminuyen las interpretaciones amenazantes al comprobar que lo que se teme no termina ocurriendo. De esta manera, se contribuye a la aceptación emocional tolerando aquellos estados emocionales sin escapar o intentar controlarlos.

Para finalizar, es de suma importancia tener en cuenta que cada intervención terapéutica es única para cada diseño de tratamiento en particular y que, a su vez, cada proceso terapéutico depende de los tiempos de trabajo de cada consultante.

Bibliografía

Bados, A. y Grau, E. G. (2011). Técnicas de exposición. Dipòsit Digital de la Universitat de Barcelona: Barcelona.

Beck, A. y Clarke, D. (2012). Terapia cognitiva para los trastornos de ansiedad. Editorial Desclée De Brouwer.