El impacto que produce en nosotros la pérdida de un ser querido es algo que sólo conocemos en profundidad cuando nos sucede por primera vez. Desde el momento de la pérdida, sabemos que el dolor que sentimos es diferente a cualquier otro tipo de dolor que hayamos sentido antes, y eso se debe a que se trata de una experiencia multidimensional que nos afecta no solamente biológica y emocionalmente, sino que también impacta en nuestros pensamientos, creencias, nuestro desempeño social en las relaciones con los demás y la dinámica familiar en general.

 

Si bien todos estamos de acuerdo en que la muerte es un hecho ineludible de la vida, actualmente existen dificultades para atravesar y poner en palabras este proceso. Usualmente utilizamos diferentes estrategias para negarlo, callamos enfermedades, evitamos palabras como “muerte” y nos apresuramos para terminar nuestro duelo y volver a la “normalidad”. En definitiva, intentamos alejar el sufrimiento de la muerte lo más posible de nuestra experiencia.

 

Sin embargo, en el pasado la muerte era considerada una parte normal dentro del ciclo de nuestras vidas: las personas morían en sus casas, rodeadas de sus seres queridos, tanto adultos como niños, que compartían el dolor entre anécdotas sobre el difunto. Esto le otorgaba normalidad, haciendo el proceso algo mucho más habitual para todos.

 

En la actualidad, y a diferencia de lo que ocurría en el pasado, morimos en instituciones de salud o asilos, usualmente siendo internados con anticipación y manteniendo visitas de un par de horas por semana por parte de nuestros seres queridos. Contemplamos a la muerte como un enemigo al que hay que vencer a cualquier costo.

 

Sin embargo, como dijimos, la muerte es una experiencia más dentro de muchas otras experiencias que conforman nuestra vida, y aunque dolorosas, este tipo de experiencias propician el desarrollo de la maduración, al tiempo en que nos volvemos más sensibles y empáticos con los demás. A su vez, es el momento en donde más aprendemos acerca de nuestros valores y emociones.

Desde el momento que conocemos la noticia del fallecimiento, se inicia un proceso llamado duelo, que consta de una serie de fases o etapas por las que pasamos para poder ir recuperándonos de esa herida psicológica que conlleva la pérdida de un ser querido. Atravesar un duelo es algo habitual y no se trata de un proceso extraño ni una enfermedad. Su curso es individual y no se transita de manera lineal, sino que vamos oscilando de forma constante entre sentir y recordar hechos específicos de la pérdida (llorar, extrañar, ver fotos) y, por el otro lado, ir adaptándonos al cambio en la vida luego de la pérdida (buscando o retomando actividades o relaciones nuevas, experimentando cosas nuevas) con el objetivo de contrarrestar los sentimientos de pérdida y vacío. Es decir, se trata de un proceso dinámico en el que cada persona, a medida de lo posible, va eligiendo en donde pone su atención: entre la pérdida y la restauración del nuevo contexto.

 

Muchas veces, el proceso de duelo va acompañado de sentimientos de tristeza, insomnio, falta de apetito o pérdida de peso. La mayoría de las personas puede ir recuperándose de este tipo de pérdida manteniendo una trayectoria relativamente estable de funcionamiento y salud a lo largo del proceso, aceptando las reacciones del duelo y evaluando de modo adecuado las consecuencias de la pérdida.

Sin embargo, hay un porcentaje de personas que desarrollan un duelo complicado. Durante el duelo complicado el dolor se intensifica aún más y aparecen problemas de funcionamiento en la vida habitual; aparece un intenso anhelo por la persona fallecida, se invierte demasiada energía pensando sobre las causas o consecuencias de la muerte, se hace presente un monto elevado de enojo o culpa relativa a la pérdida, sensación de vacío y aislamiento.
Algunas pautas para transitar el duelo en adultos:
Dedica un tiempo a reconocer cómo están tus emociones ante la pérdida y háblales a tus familiares y amigos de ellas. Una buena comunicación es importante como herramienta para empezar a recuperarnos; permítete llorar delante de otros, mostrar angustia, hablar del fallecido, de la causa de su muerte, o de cualquier otro sentimiento que estés atravesando.
Participa en los rituales funerarios y en las tomas de decisiones posteriores. La ceremonia del funeral facilita la aceptación de la realidad de la muerte, proporcionando un ambiente seguro y de apoyo para expresar sentimientos y recibir respaldo de los demás.
Si una ceremonia no se ajusta a tu idiosincrasia, asegúrate de dedicar algún momento específico para la expresión de tus emociones y del dolor.
Intenta no tomar decisiones importantes durante el periodo de duelo. Tampoco te automediques y evita buscar alivio en consumos de alcohol o drogas.Intenta cuidarte y volver a tus pautas de sueño y comida cuanto antes.
A algunas personas les ayuda ver fotos u objetos personales de los seres queridos que fallecieron, mientras que para otros esto se vuelve muy angustiante. Comparte tus dudas con respecto a esta decisión u otras con tus familiares y amigos y, elige la alternativa que más te satisfaga.
Busca la ayuda de un psicólogo si notas que, pasado un tiempo prudencial, te sigues sintiendo atrapado en el sufrimiento o el malestar afecta significativamente algún área de tu vida.

Por último, si el que atraviesa el duelo es una persona cercana, la mejor forma de brindar apoyo consiste en dejarlos saber que estás ahí, y proporcionar una escucha atenta y activa. Evita contar tus propias experiencias, simplemente es importante que sepan que estás para ellos.

Algunas consideraciones para transitar el duelo en niños:

El temor que experimentamos los adultos ante esta situación hace que en ocasiones elijamos ocultar o callar la muerte cuando se trata de comunicarlo a los más pequeños. Generalmente nos apoyamos en el posible impacto o dificultad que creemos que tienen para entender, queriendo protegerlos de una situación que, pensamos, puede llegar a ser traumática.
Sin embargo, de esta manera también los apartamos de un hecho fundamental en sus vidas que ya hemos desarrollado: es imposible evitarles el dolor de padecer la pérdida de un ser querido.
Es importante comunicar de la muerte lo antes posible, aunque de manera gradual. Esta comunicación la puede ofrecer cualquier persona del entorno confiable del niño, cómo sus padres, y se debe estar dispuesto a responder todas las dudas que presente luego.
Para comunicarle este tipo de noticias a un niño es preciso tener en cuenta su edad cognitiva, con el objetivo de tratar de adaptar nuestra explicación lo más posible a su desarrollo.
En todos los casos es importante contar la verdad de lo sucedido y de la manera más simple que podamos. Se pueden utilizar comparaciones con otras muertes que los niños ya haya vivenciado, como la de alguna mascota.
Es necesario dejar en claro que la muerte es irreversible y definitiva: muchas veces sucede que los niños piensan que la persona fallecida se fue de viaje, y no entienden por qué no regresan. Están acostumbrados a que los personajes de sus videojuegos siempre vuelven, y suelen creer que se trata de un estadío temporal. Evitar frases como “se fue” o “está en otro lugar”. Usar explícitamente la palabra muerte y explicar que la persona no va a volver, para que el niño no desemboque en el enojo, dolor o frustración que produce el creer que esa persona ya no lo quiere y es por ello que no regresa.
Por otro lado, se debe explicar que la muerte es universal. Cuando el niño se acerca a la primer experiencia de muerte, comienza a preguntarse si la muerte es selectiva o si nos afecta a todos por igual. Por ello es importante aclarar que nos pasará a todos, pero con la salvedad de que esto no quiere decir que nos suceda ya, cómo puede llegar a  entender el niño, sino que será dentro de algún tiempo.
El niño tiene que comprender que la muerte se produce por una causa física que la
motiva, por lo que es fundamental
explicarles cuál ha sido la causa exacta de la muerte del ser querido (fallo del corazón, una enfermedad en específico) para que no la asocien a algún detalle erróneo o se sientan culpables.
Es preciso estar atentos a alteraciones bruscas y continuas en la rutina como aislamiento o cambios en el patrón de sueño, pérdidas de peso, alteraciones del estado de ánimo (apatía, irritabilidad o agresividad) o miedo y pesadillas recurrentes que antes no estaban presentes, y consultar a un profesional lo más pronto posible.