Actualmente con la pandemia COVID19, hemos visto numerosos artículos y noticias vinculados al aumento de problemas de ansiedad, depresión u otros trastornos psiquiátricos. Es entendible, pensando que atravesamos un momento colmado de incertidumbre, duelos, pérdida de ingresos, miedos, aislamiento, cambio en nuestras rutinas, etc. aparición de cuadros ansiosos, los cuales frente a la intolerancia, malestar o disfunción, se recomienda que sean valorados por un profesional de salud mental, para definir si los mismos son patológicos, y si así quisiera la recomendación de un tratamiento acorde.

Es necesario saber que la ansiedad, es una emoción normal, funciona a modo de sistema de alarma, que se dispara frente a cualquier peligro que amenace nuestra integridad física y / o psíquica. El miedo aparece en la evolución natural de la vida, contribuyendo a la expresión de conductas específicas en determinadas condiciones. Su utilidad biológica radica en dar una plataforma de decisión al individuo, para comportarse de manera determinada en situaciones de amenaza o peligro. Se trata de un mecanismo de supervivencia adecuado e incluso adaptativo. La problemática aparece cuando dicho sistema se vuelve exagerado, intenso o activado frente a situaciones que no son de peligro, entonces no tiene un fin de utilidad, pudiendo limitar significativamente la capacidad de funcionamiento del individuo, constituyendo así un trastorno de ansiedad.

Existe una larga lista de síntomas compatibles que pueden ser psíquicos : miedo a perder el control o volverse locos, miedo a morir, extrañeza de uno mismo, extrañeza del mundo, irritabilidad, intranquilidad, falta de concentración, fallas en la memoria, o síntomas somáticos : taquicardia, palpitaciones, disnea o falta de aire, temblores, mareo, vértigo, zumbidos, parestesias, sudoración, cefaleas, sequedad de boca, nauseas, diarrea, tensión muscular etc. Estos síntomas pueden presentarse: por respuesta al estrés, como constituyente de un trastorno psiquiátrico específico, o como manifestación de una enfermedad somática subyacente. Por ello en primer lugar es necesario descartar una causa clínica, sustancias que puedan estar generando, u otros trastornos psiquiátricos asociados.

La ansiedad conlleva un sentimiento de temor interior, y en su expresión fisiológica, si bien se involucran distintos circuitos, la amígdala cumple un papel fundamental. Se trata de un núcleo cerebral que forma parte del sistema límbico, que regula, y es regulada por otras regiones cerebrales para producir o suprimir una respuesta al miedo.

El aspecto emocional del temor, está regulado por conexiones entre la amígdala y las áreas principales del córtex orbitofrontal. La reacción fisiológica, implica la activación de muchos sistemas, incluyendo al sistema autónomo, produciendo síntomas físicos o somáticos, como el aumento de la frecuencia cardiaca, o la presión arterial. Si bien de forma aguda, corresponde a una activación para la lucha / huida, la activación crónica de este circuito vinculado a los trastornos de ansiedad, puede llevar a mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, como la hipertensión, infarto de miocardio o súbita entre otros .

Por otro lado, nuestro eje hipotalámico pituitario adrenal se encarga de la producción de hormonas, sustancias involucradas en la respuesta al estrés, como por ejemplo la producción de glucocorticoides como el cortisol. Cuando la respuesta al estrés es anormal, crónica, constante, se encuentran niveles inadecuados de cortisol. Esta hormona interviene en múltiples metabolismos, como el inmunológico, gastrointestinal, cardiovascular, reproductor, etc., con lo cual niveles inadecuados de la misma, generalmente complicaciones y síntomas variados.

Cuando los circuitos son sometidos repetidamente al estrés y sobrecargados, puede producirse un fenómeno llamado “sensibilización al estrés”, en la que los circuitos no solo quedan sobreactivados, sino que mantienen esa sobreactivación una vez que el estresor desaparece. También más allá del funcionamiento de estos circuitos y ejes, es relevante marcar que cada persona es distinta, y las respuestas y adaptación al estrés van a verse afectados por la genética propia del individuo, y la influencia ambiental, entre otras cosas; esto se conoce como la hipótesis de la diátesis del estrés. Por ello viendo la complejidad de nuestro organismo, y la variabilidad genética y ambiental, es importante la consulta con profesionales de la salud mental, que valoren el caso a caso, escuchando la subjetividad del individuo,