En los años 80s, un psicólogo inglés llamado Paul Gilbert comenzó a notar que varios de sus pacientes con depresión y ansiedad no terminaban de mejorar con el enfoque tradicional de la terapia cognitiva conductual. Éstos entendían la ilogicidad e irracionalidad de sus pensamientos respecto a miedos y preocupaciones ante el futuro (ansiedad) así como la inefectividad del pensamiento rumiativo (depresión) pero no lograban aliviar su sufrimiento. Gilbert, comenzó a notar que la incongruencia entre el pensamiento y el sentimiento era amplia. Asimismo, se dedicó a investigar dentro de la psicología evolutiva y las neurociencias respecto a las emociones, hasta desarrollar la llamada Terapia basada en la Compasión. Este enfoque, emerge como un modelo de terapia que viene a integrar y a tomar elementos de distintas terapias, como son las Contextuales (ACT, FAP y DBT) y Cognitivas Conductuales, y a incluir la Compasión como una variable clave a la hora de aliviar el sufrimiento humano.

Pero ¿qué es la Compasión?  Cuando les presento a mis pacientes este concepto me suelo encontrar con mitos o respuestas automáticas, sesgadas por lo mismo que hace que la sociedad carezca de este elemento. “Condescendencia”, “victimizarse”, “dejarse estar”, “lástima”, incluso algunos lo asocian a algo religioso o espiritual. Pero lejos está de eso. El cultivo de la motivación compasiva se constituye como un conjunto de procesos y prácticas en capas que interactúan y se fortalecen entre sí, dentro de este enfoque terapeútico, con el principal objetivo de ayudar a los pacientes a desarrollar la compasión por sí mismos y por los demás, cultivando un repertorio de habilidades para trabajar con valentía con el sufrimiento propio y ajeno. Implica un proceso de “desavergonzarse” por el hecho de ser humanos y de sentir emociones, como son la vergüenza, la culpa, la ansiedad, el miedo o la ira.

En un principio, la CFT (Compassion Focused Therapy) fue creada para trabajar con pacientes con alto nivel de autocrítica y vergüenza, pero luego de las crecientes investigaciones empíricas sobre su aplicación, se empezó a apoyar el uso potencial de las intervenciones de compasión en la psicoterapia en general. Sobre todo se han demostrado altos beneficios en pacientes con psicosis, trastornos alimentarios, límites, desregulación del enojo, trauma y ansiedad social.

Esta terapia viene a distinguirse de las demás y a incluir la evolución junto al hecho inexorable de que tenemos un cerebro humano, que inevitablemente y aunque hoy nos haya permitido crear máquinas como computadoras y usarlas, también sigue funcionando como en la era del Homo Sapiens. Sí, aún conservamos nuestro “cerebro viejo”, como lo nombra Paul Gilbert. Y esto significa dos caras de una misma moneda: la posibilidad de activarnos en búsqueda de nuestras metas y ser productivos, pero también la puesta en marcha del sistema de amenaza y la ansiedad en escenarios que hacen las veces de los depredadores de aquel momento. Nuestras amenazas hoy lo son el trabajo, la posibilidad de ser juzgados por los demás, no sentirnos exitosos, la sociedad que nos expone a compararnos constantemente y tantas otras más.

Entonces tenemos un cerebro que evolucionó para ayudarnos a sobrevivir, a través de sistemas que regulan distintas emociones básicas, y la sociedad que nos moldea desde que somos chicos. Pero nadie nos enseña a lidiar con el “error de diseño” como lo nombra Paul Gilbert, al hecho de que el cerebro funciona normalmente cuando algo nos preocupa o nos sentimos amenazados, ya sea por algo real y concreto, o por nuestra propia mente que piensa y genera juicios. No tenemos la culpa de que el cerebro detecte algo de esto y reaccione liberando cortisol (amenazas) o dopamina (búsqueda de metas y productividad). El problema es cuando todo esto se activa casi constantemente y nos movemos como si realmente algún animal nos fuera a comer. Y acá es donde se vuelve tan importante explorar cuál es el tono de nuestro crítico interno. La mayoría de mis pacientes tienen un pequeño “dictador” interno, que pocas veces los dejan en paz. Es que es más fácil ser cálidos con los demás que con uno mismo. “Pero es que no me quiero dejar estar”, me suelen responder. Y ahí está el problema, nos preparan para la lucha constante pero no para calmarnos, ni aliviar el sufrimiento como parte de la condición humana. Nadie está exento de éste.

Y acá es donde Paul Gilbert introduce el Sistema de Calma y protección. Aquel destinado a tranquilizarnos y a conectar con un lugar seguro. Tal como el que los mamíferos o padres humanos brindan a sus hijos ni bien nacen. Esa base segura que nos permite explorar el mundo pero volver nuevamente al refugio y encontrar tranquilidad.

En la CFT los pacientes aprenden a trabajar con los sistemas que regulan nuestras emociones y que evolucionaron para ayudarnos a sí mismos a sentirnos seguros y confiados a medida que se acercan y se involucran activamente con los desafíos de la vida. Se los guía en el desarrollo de estrategias adaptativas y compasivas para trabajar con emociones, relaciones y situaciones difíciles de la vida. Se enfatiza constantemente en aprender a dejar de culparse a sí mismos por cosas que no pudieron elegir, como sentir miedo, enojo, ansiedad, vergüenza.. con el fin de lograr una vida más satisfactoria.

Desde este enfoque se propone el aprender a adquirir habilidades para observar que emociones propone automáticamente nuestro cerebro y qué sensaciones y pensamientos dispara, pero a la vez se entrena a los pacientes para poder volver a conectar con un lugar seguro adentro suyo, a través de distintas prácticas de autoexploración como la imaginería, la ralentización de la respiración y sensaciones internas asociadas y el cultivo de la compasión.

Finalmente, es importante destacar que existe un cuerpo creciente de investigaciones que apoyan la eficacia de las intervenciones de la CFT y que se encuentra en constante crecimiento. Se ha llegado a demostrar que este enfoque terapeútico ayuda a reducir la autocrítica, la vergüenza, la depresión y la ansiedad.