En términos globales podemos definir la autoestima como un juicio personal acerca de la propia valía, es decir, la valoración positiva o negativa, de aceptación o de rechazo, que acostumbramos a mantener respecto a nuestras cualidades.

 

En otras palabras, se trata de todos aquellos pensamientos, percepciones, evaluaciones y sentimientos que mantenemos respecto a nosotros mismos, a nuestra manera de ser y de actuar en el mundo. La autoestima va a indicar en qué medida nos sentimos capaces, importantes, valiosos o exitosos en diferentes áreas y momentos de nuestra vida.

 

A lo largo de nuestra historia vamos construyendo nuestro sentido de identidad, de percepción sobre nosotros mismos, sobre la base de las relaciones con otras personas significativas (padres, familia, amigos). En este sentido, vamos creando expectativas acerca de cómo debiéramos ser idealmente: percibir una distancia mínima entre el “sí mismo ideal” y el “sí mismo real” que nos devuelven nuestras experiencias, da como resultado una autoestima saludable. En caso contrario, cuánto mayor es la distancia entre estos dos elementos, menor es el nivel de autoestima.

 

Un adecuado desarrollo de la autoestima resulta fundamental, debido a que el modo en que una persona se siente con respecto a sí misma afecta de forma decisiva otros aspectos de su experiencia como el estado de ánimo, el nivel de estrés percibido, la calidad de sus relaciones interpersonales, la capacidad de resolución de tareas, así como los niveles de satisfacción general en relación con su vida.

 

La manera habitual de tratar problemas de autoestima en psicoterapia tiene que ver con entrenar en el reconocimiento y corrección de los procesos cognitivos (es decir, nuestros pensamientos) que sostienen y perpetúan esta auto-evaluación negativa. Algunos de dichos procesos tienen que ver con: recordar las cualidades negativas mientras que se ignoran las positivas; atender selectivamente a la información que confirma la visión negativa de sí; poseer estándares de auto-exigencia muy estrictos en comparación con estándares mucho más permisivos para con los demás; o la tendencia a leer cualquier situación de no-éxito como un fracaso.

 

El objetivo es que los pacientes formulen una imagen de sí mismos más equilibrada, es decir, más positiva y realista, y puedan sentir y actuar en consonancia con ella. Algunas de las estrategias que se utilizan son hacer un listado de los atributos positivos y puntos fuertes, ejercicios de ampliación el foco de atención a todos los tipos de experiencias (y no sólo en los fracasos) o técnicas de distracción.

 

 

Sin embargo, en la práctica debemos tener en cuenta dos aspectos importantes que dificultan la tarea para mejorar la autoestima.

  1. Por un lado, la valoración de la que parte la autoestimase basa en la comparación con otros; en sentirse sobre o por debajo del promedio. Todos vivimos alguna vez la experiencia de conocer a alguien “mejor” que nosotros en algún área, por lo que elevar la autoestima desde esta perspectiva se vuelve muchas veces una tarea frustrante e interminable.
  2. Por otro lado, algunos investigadores refieren que, en ocasiones, elevar artificialmente la autoestimapuede ser desadaptativa, al relacionarse con un aumento de narcisismo, conductas antisociales, y la pérdida de consciencia de los otros.

 

A partir de lo anterior, un campo creciente de la investigación en Salud Mental se encuentra estudiando el impacto positivo que tiene en la salud mental el desarrollo de la autocompasión, en detrimento de la autoestima.

 

La autocompasión no se basa en un juicio o evaluación positiva respecto a uno mismo, sino que más bien es una manera particular de relacionarnos con nosotros mismos. Tiene que ver con poder ser amables y comprensivos con nosotros, aún en momentos de dolor o fracaso, porque podemos aprender a tener una concepción del sufrimiento como una parte intrínseca de la experiencia humana compartida.

 

Desarrollar la autocompasión tiene que ver con poder reconciliarnos y aceptar aquellos aspectos que no nos gustan de nosotros mismos. Esto no implica un proceso pasivo que dificulte el cambio, sino que se trata de ahorrar la energía que utilizamos en luchar constantemente contra una parte de nosotros, para disponerla a la transformación.

 

En contrapartida con la autoestima, la autocompasión ofrece una mayor estabilidad emocional, ya que no depende de la valoración propia ni de los demás sobre nuestra persona, y además se encuentra siempre disponible en uno mismo, tanto en situaciones de éxito como de fracaso, al aprender a reconocer y aceptar tanto nuestras fortalezas como déficits como parte de nuestra existencia. Lejos del perfeccionismo, aceptamos nuestras vulnerabilidades.

 

Los últimos avances en investigaciones psicológicas indican que desarrollar y practicar la autocompasión se asocia a mejores índices de salud y bienestar psicológico, que se puede traducir en una mayor satisfacción de vida, reducción de las experiencias de vergüenza y autocrítica, disminución de síntomas de ansiedad, depresión, rumiación o miedo al fracaso.