Elegir siempre implica descartar un montón de opciones, y por eso puede ser tan difícil. Para los adolescentes que estén terminando el secundario quizás parezca una tarea compleja tener que decidirse antes de los 18 por una carrera profesional, trabajo u oficio descartando así muchísimas posibilidades a temprana edad. Al momento de elegir un camino en la vida, probablemente aparecerán diferentes temores: lógicos si consideramos que están eligiendo el trabajo que tal vez vayan a desempeñar toda su vida.
El contexto de pandemia no ayuda mucho a la tarea de proyectarse y construir planes a futuro. La angustia que nos produce la incertidumbre es difícil de transitar, no es para nada agradable, pero al mismo tiempo es normal y esperable experimentarla.
A la hora de tomar una decisión, hay muchos factores que van a influir. Uno de ellos puede tener que ver con los mandatos y las reglas. La sociedad constantemente nos está bombardeando con reglas sobre cómo tienen que hacerse las cosas. Los pensamientos que empiezan con “tengo que”, “debería hacer/decir/sentir x cosa”, “tendría que ser de x manera” están relacionados con reglas implícitas sobre cómo funciona el mundo, cómo son o deberían ser las personas, qué cosas están bien o mal, qué es lindo o feo, qué es el éxito, qué es la felicidad, etc.
Estas reglas muchas veces tienen que ver con mandatos sociales que incorporamos desde muy pequeños y quizás nunca llegamos a cuestionar. Gran parte de nuestro sufrimiento está ligado a nuestros “tengo que” que nos imponemos diariamente y muchas veces no somos conscientes de ello.
Ahora imaginen como influyen todas estas reglas a la hora de elegir una profesión u oficio. Ideas sobre qué es el éxito, qué tan importante es el reconocimiento, qué tan importante es un buen pasar económico… ¿Qué pasaría si basamos nuestra elección en mandatos y reglas?
En la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT de aquí en adelante), a este tipo de reglas se le llama PLIANCE. Las conductas gobernadas por las reglas pliance, están sostenidas por refuerzos sociales. Esto quiere decir que la regla se sigue no por su consecuencia intrínseca, sino por la aprobación social (prestigio, reconocimiento, reputación, aceptación, etc.). Analizando como ejemplo la siguiente frase: “Si no estudias una carrera universitaria hoy día no sos nadie”. En este caso, si seguimos la regla y nos aferramos a ella, estudiar una carrera va a estar reforzado por el simple hecho de seguirla y recibir la aprobación de los demás, por “ser alguien”, y no por sus consecuencias como puede ser ejercer determinada profesión u oficio y la satisfacción que se desprenda de lo particular de esa tarea.
La familia muchas veces es cuna de muchos mandatos: “Mi hijo va a ser ingeniero como su papá”, “Mi hija tiene que casarse y tener hijos”. También existen mandatos biológicos, donde las características físicas con las que nacemos terminan determinando nuestras decisiones. Esto se ve cuando creemos que, por ejemplo, una persona alta tiene que jugar al básquet, nació para eso y no hay otro destino posible.
A veces, de manera más personal también nos auto imponemos reglas, y muchas de ellas tienen que ver con el concepto de “talento”, o más bien “talento innato”. Suele suceder que nos vemos un poco forzados a seguir estos talentos solo para sentirnos más seguros, a estudiar lo que se nos da más fácil simplemente para no experimentar desafíos. El problema acá sería terminar eligiendo lo que nos sale fácil y no lo que realmente nos gusta. No se trata solamente de saber para qué somos buenos, sino de buscar y encontrar para qué cosas quisiéramos ser buenos.
Muchos pensamientos negativos también pueden terminar funcionando como mandatos si les creemos al pie de la letra: “no me va a dar la cabeza para estudiar esto”, “para qué intentar estudiar algo tan difícil si seguro fracaso, mejor voy a lo fácil”, “me encanta el arte, pero no voy a poder vivir de eso, no soy tan bueno/a”.
Más allá de cómo surjan los mandatos, el problema es el grado de fijeza con el que nos adherimos a estas reglas sin tener en cuenta el contexto, y a veces sin intentar siquiera cuestionar las ideas que tenemos naturalizadas. Tampoco se trata de ir a contramano solo por ir a contramano: seguir reglas a veces puede ser útil, sino no habríamos aprendido de chicos a no meter los dedos en el enchufe. La clave es poder distinguir cuando necesitamos ponerlas en tela de juicio, evaluar su arbitrariedad y poder flexibilizarlas.
En relación a todo esto, desde ACT se plantean dos conceptos importantes: ELECCIÓN Y DECISIÓN. La distinción de estos dos conceptos es muy importante para poder actuar en dirección a valores.
Una decisión es una selección entre alternativas que se hace por razones. Son juicios que hacemos a partir de encontrar razones analizadas. Las decisiones se explican, justifican, relacionan y orientan mediante procesos verbales de toma de decisiones tales como predecir, comparar, evaluar o sopesar pros y contras. Implica acciones “guiadas” por justificaciones lógicas, mentales.
Por otro lado, tenemos el concepto de elección: elegimos cuando tomamos un camino simplemente porque nos nace, nos gusta, y a veces cuesta explicar de manera lógica. Las elecciones se basan en nuestras preferencias, en nuestros gustos personales, y tienen finalidad en sí mismas, son esas cosas que hacemos “porque sí”. Es una selección entre alternativas que se puede hacer con razones, pero no por razones. ¿Qué quiere decir esto? Que podemos tener en cuenta todos los pros y los contras y analizar una situación y aun así elegir lo que más nos motiva o nos llama, porque lo sentimos más importante, aunque no sea siempre el camino más beneficioso, sencillo o lógico. Elegimos con esas razones en mente, pero no son lo que finalmente nos lleva a elegir.
Para clarificar todo esto se me ocurre el siguiente ejemplo: una cosa es decidir a quien vamos a votar en las próximas elecciones a presidente, y otra es elegir el sabor de helado que vamos a pedir el fin de semana para acompañar la peli. En la primera situación podemos dar mil justificaciones y razones lógicas en coherencia con nuestra ideología política, en la segunda… ¡simplemente nos gustan esos sabores! Es una reacción ante estímulos. De la misma manera, no necesitamos motivos para explicar por qué nos gusta más el mar o la montaña, o el tipo de música que preferimos escuchar. Nos gusta y punto.
Desde una perspectiva ACT, se podría decir que la elección vocacional es eso: más que decisión, una elección, o al menos la intención que la moviliza. No siempre podemos explicar de manera 100% lógica por qué elegimos, por ejemplo, una carrera como psicología que tiene la intención de ayudar a las personas. Si bien no se trata de algo azaroso, y seguramente esté relacionado con nuestra historia contextual personal, no necesitamos defender con justificaciones por qué lo elegimos, simplemente sentimos que eso es lo que queremos, lo que deseamos hacer, que es nuestra misión en el mundo. Más allá de las reglas y mandatos que mencionábamos antes.
Además de la intención primordial que nos impulsa a elegir carrera, también puede que haya asuntos que se tendrán que decidir de manera más lógica, factores que tendremos que contemplar más allá de los gustos. Existen circunstancias externas que condicionan nuestro proceso: allí entran en consideración la economía, las distancias, las ofertas educativas, etc. Las decisiones también hablan de nuestros valores, pero en otro nivel. En este punto tendremos que evaluar posibilidades y encontrar alternativas dentro de lo que está a nuestro alcance material real, sin dejar de lado nuestras intenciones, preferencias, elecciones.
Resulta significativo en este proceso poder desactivar el modo mental de resolución de problemas, donde nos enredamos racionalizando todo en exceso, y así correr el eje desde la decisión hacia la elección, clarificando valores personales y entendiendo que se puede elegir “porque sí”, porque uno quiere, sin necesidad de argumentar tanto, sólo porque algo ahí te hace feliz o te conecta con emociones profundas.
Existe un modelo de Orientación Vocacional Ocupacional basado en ACT, y se llama Orientación en Propósitos Personales, propuesto por David Settembrino y Giancarlo Quadrizzi Leccese. Cuentan con un libro llamado “Orientación al Talento Personal” (nombre anterior del modelo), el cual me sirvió de base para inscribir este artículo. El objetivo principal de este protocolo basado en ACT es facilitar la elaboración de intenciones y propósitos en las personas para luego acompañar en la decisión respecto a la profesión que mejor los vehiculice. Para esto, es necesario que los participantes puedan reconocer qué valoran y aprendan a caminar en esa dirección.
Es importante que cada adolescente pueda construir y producir por sí mismo el sentido valioso de su propia vida, erigiendo un camino de libertad personal y evolución permanente, desatándose de a poco de los mandatos y haciendo consciente las reglas que los limitan y condicionan a la hora de elegir el camino más acorde a valores.