El año que termina fue peculiar. Seguramente nos hemos sentido desafiados en varios aspectos, en medio de una pandemia que nos ha limitado económica, afectiva y recreacionalmente. Probablemente el desafío más exigente ha sido vincularnos con la incertidumbre. Incertidumbre en relación a cuándo acabará el aislamiento, cuándo podré volver a reunirme con mis seres queridos, cómo me ordenaré laboralmente, e inclusive cuándo dejaré de experimentar ansiedad o malestar por esta situación, entre otras.

¿Qué es la incertidumbre?

Incertidumbre se refiere a lo incierto, desconocido o poco claro; es acerca de no estar seguros sobre algo. Lidiar con lo incierto no es un hábito con el cual las personas estemos a gusto, ni tampoco nos resulta sencillo. Sumemosle un factor más: la tendencia a preocuparnos. De la combinación de ambas surge una especie de “alergia a la incertidumbre”, aún en pequeñas dosis de ella las reacciones suelen ser intensas (pensemos en todos los síntomas asociados a la ansiedad: sensación de nerviosismo, agitación o tensión, aumento del ritmo cardíaco, respiración acelerada -hiperventilación-, sudoración, temblores, etc.).

Vayamos a los orígenes…

¿De dónde proviene esta “alergia” a la incertidumbre?

A lo largo de la evolución humana, nuestro cerebro se fue perfeccionando en identificar fuentes de peligro (depredadores, inundaciones, incendios, entre otras). Anticipar y manejar estas fuentes de peligro ha funcionado de manera tal de protegernos y garantizarnos la supervivencia como especie. Es así que sobrevivir implica generar una agenda de control para los riesgos, problemas o situaciones desafiantes que se presenten. Esa función mental ha sido muy apta para la supervivencia, es decir, anticiparnos al funcionamiento de la realidad; anticipar la aparición de variables nos permite responder eficazmente a ellas.

De allí proviene la tendencia de las personas a generar certezas, como una manera de sentirnos a salvo y seguros: la mente está diseñada para construir hábitos y certidumbres. Sin embargo esta función mental, tan efectiva en algunos contextos, nos ha creado una falsa ilusión de control, como si pudiésemos anticipar, elegir respuestas funcionales y obtener los resultados que esperamos ante todas las situaciones de la vida. Para peor, cuando no estamos intentando resolver lo que se nos presenta sentimos que no nos estamos ocupando o que no estamos haciendo “nada” y algo terrible podría pasar. Esa falsa ilusión de control funciona como una “ley” absoluta. La realidad se encarga de cachetearnos y mostrarnos que controlamos menos de lo que creemos: lo único permanente es la impermanencia.

O’Connell (2019) señala que en nuestra vida cotidiana nos movemos de un lado a otro, haciendo, siendo y actuando con una cierta certidumbre, como si supiéramos qué va a pasar y cómo gestionar lo que nos sucede. Sentimos tranquilidad y seguridad mientras percibimos estar en “control” de lo que nos pasa o vivimos. Por ende, nos cuesta vivir en el caos, el desorden y la incertidumbre de un mundo en el que la mayoría de las cosas son inestables o transitorias.

Como ya vimos, hay una tendencia en las personas a darle orden y lógica a lo que pasa, a buscar causas que den un marco de coherencia, explicación y resultados de las situaciones que atravesamos. Este marco de coherencia nos otorga cierta “ilusión de control”, vinculándonos con lo que vivimos como “problemas o situaciones a resolver”. Y no está mal vincularnos de este modo con lo que nos sucede, el inconveniente es que no siempre es funcional ya que no todo lo que enfrentamos es algo que puede resolverse y cuando hablamos de incertidumbre justamente se trata de circunstancias que no podemos manejar, controlar o no dependen de nosotros.

Formas habituales de lidiar con la incertidumbre

De alguna manera, la respuesta humana más usual a las situaciones que nos generan incertidumbre es la tendencia a tratar de eliminarla o evitarla. Por ejemplo: buscar reaseguros, hacer listas, evadir ciertas actividades o informarse en exceso al respecto. Ahora bien: incrementar el nivel de certeza, ¿es una manera efectiva de preocuparnos menos o resolver la incertidumbre? La respuesta es no. Pensemos en un ejemplo, supongamos que hemos planificado un encuentro familiar después de meses sin vernos y aún no sabemos si las rutas estarán habilitadas para ese entonces. Comenzamos a lidiar con la incertidumbre, a buscar información, a conversar con otras personas en relación a sus opiniones, a pensar alternativas, a generar soluciones para todos los escenarios posibles, a leer noticias relacionadas al tema, etc. Cualquier alivio  que esto pueda darnos es de corta duración.

Posiblemente por un corto lapso de tiempo, esa forma de lidiar nos deje un poco más tranquilos, sin embargo revisar semanalmente la información hasta la fecha o momento de viajar sólo aumentará nuestra preocupación. Es decir, a medida que más queremos evitar la incertidumbre más estamos preocupándonos por algo que escapa a nuestro control.  Además, la búsqueda de certezas termina siendo una estrategia inútil ya que la incertidumbre es parte de la vida, por lo que es esperable que automáticamente otra nueva circunstancia incierta pueda presentarse.

De manera inversamente proporcional,  el intento de incrementar la certeza disminuye la tolerancia a la incertidumbre y esto lleva al aumento de la preocupación. Por el contrario, incrementar la tolerancia a la incertidumbre lleva a reducir la preocupación.

¿Cuál es el costo de la “ilusión de control”?

Esta ilusión de control tiene un alto costo en nuestras vidas: dejamos de estar en el presente viviendo la vida tal y cual es, por estar entrampados en ser gestores y solucionadores de lo que nos sucede. Estamos pensando o analizando más que viviendo.

En general, lo que tratamos de controlar es la impermanencia, la incertidumbre. En realidad, todo es temporario, todo cambia, no hay refugio ni lugar seguro. Sin embargo, mucho de lo que hacemos son intentos desesperados de ordenar esa circunstancia. Buscamos retener lo placentero y quitar lo displacentero. “En el río de la vida, pasamos mucho tiempo intentando controlar la corriente en vez de aprender a navegarla. Este “aferrarse y resistir” nos desplaza de nuestra espontaneidad  y vitalidad, que son inherentes a nuestro potencial humano” (O’Connell, 2019).

Entonces, ¿Cuál es la alternativa?

HABITAR la incertidumbre.

Soltar la agenda de control, soltar a lucha, implica labrar la disposición a aterrizar en la presencia, para a partir de esta disposición caminar en la dirección de lo que es importante para nosotros aún en presencia de la incertidumbre. Esto implica crear un espacio donde la confusión, el no saber, el malestar y el dolor no sean problemas a resolver, sino momentos a transitar. Es decir, un espacio para habitar más que para luchar.

¿Por dónde empezar? Hemos aprendido que la búsqueda de certezas mantiene la intolerancia a la incertidumbre y nos lleva a la preocupación, pero, probablemente se pregunten qué se puede hacer para sentir menos preocupación.

En primer lugar, es necesario revertir nuestra manera usual de responder ante la incertidumbre: en lugar de intentar sentir más certeza,  el camino sería abrirnos a experimentarla como un aspecto más de la vida y aumentar la tolerancia a la misma. Volvernos más tolerantes a ella no supone actuar negligentemente, o resignarnos a los sucesos que la vida nos presente. Es, simplemente, aceptar abiertamente la ausencia de certezas en nuestra experiencia para responder de la manera más efectiva y administrar nuestra energía para lo que sí podamos manejar.

Es importante hacer una distinción entre conducta responsable y la búsqueda de la certeza absoluta. Pensemos este ejemplo: conducta responsable involucra revisiones médicas periódicas, no salir corriendo por reaseguro cada vez que un síntoma molesto aparezca.

En segundo lugar, actuar concretamente es una manera excelente de cambiar nuestros hábitos para lidiar con la incertidumbre. De hecho, podemos incrementar la tolerancia a la incertidumbre por medio de actuar concretamente como si ya estuviésemos habitando abiertamente la incertidumbre. Para ello puede ser necesario tomar pasos diseñados para aceptar y lidiar con ella en varias áreas de la vida.

Habitando la incertidumbre, paso a paso

Inicialmente, es necesario que podamos identificar nuestras reacciones personales a la incertidumbre. Pueden preguntarse: “¿Qué hago cuando estoy intentando eliminar la incertidumbre de mi vida?”

Puede ser que reaccionemos haciendo cosas que nos alejan de nuestras metas, o por el contrario, no haciendo cosas que nos acercan a ellas. En definitiva, terminamos alejándonos de la vida que queremos tener a causa de esa “alergia”. Para ayudarles con esta tarea, la siguiente tabla presenta algunos ejemplos de cómo se manifiesta a veces la intolerancia a la incertidumbre.

Es importante tomarse un tiempo para identificar las reacciones personales hacia la incertidumbre. Puede resultar útil encontrar dos ejemplos de cada manifestación que se aplique al caso de cada uno y si es necesario, quizá agregar algunas otras manifestaciones que no estén en la tabla.

En segundo lugar, una vez que hayamos identificado las reacciones, estaremos listos para practicar tolerar la incertidumbre a través de actuar concretamente. Se trata de elegir realizar ciertas acciones que ayudarán a incrementar gradualmente la tolerancia a ella, lo que se denomina Exposición a la Incertidumbre. Tiene sentido comenzar con acciones que no sean muy difíciles de llevar a cabo e ir ascendentemente, ampliando las acciones a las que sean más difíciles. La intención es actuar como si ya la toleráramos, o cómo actuaría alguien que conocemos que habite de modo más amable lo incierto.

Es importante aclarar que probablemente la mente intentará volver al lugar seguro y tranquilizador de la agenda de control, involucrándose en preocuparse y resolver las situaciones inciertas como problemas que están bajo control. Será tentador volver a esos viejos hábitos ya que es esperable sentirse ansioso/a cuando comenzamos un nuevo comportamiento, y esta ansiedad gradualmente desaparecerá a medida que habitemos la incertidumbre sin luchar para que desaparezca. Muchas veces la motivación suele seguir a la acción: cuanto más la habitemos, más motivación encontraremos a continuar actuando de la misma manera, ya que habitarla nos deja espacio para construir una vida que vale la pena vivir.

Y, como último paso, cultivar y entrenar la presencia. Es decir, regalarnos espacios para estar en contacto con nuestro presente. Puede ser realizando ejercicios de conciencia plena, meditaciones o actuando de modo mindfulness en cada actividad que hagamos. Sí, la vida es incierta, pero aún en la incertidumbre hay algo valioso para cada uno o cada una de nosotras.

Somos así.

Soñamos el vuelo pero tememos a las alturas.
Para volar, es preciso tener valor para afrontar el terror al vacío.
Porque es sólo en el vacío que el vuelo tiene lugar.
El vacío es el espacio de la libertad, la ausencia de certezas.
Pero es esto lo que tememos: el no tener certezas.
Por eso cambiamos el vuelo por jaulas.
Las jaulas son el lugar donde las certezas viven.
Rubem Alves

Bibliografía consultada:
O’Connell, M. (2019). Una Vida Valiosa. -2da Edición.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ediciones B.
Geninet, P. Harvey, C. Doucet, & M. Dugas. (2012) Anxiety Disorders Laboratory, Concordia University, traducción Fabián Maero.