“Ser feliz es una decisión”, “No te preocupes, sé feliz”, “Todo es posible si crees en vos mismo”. Seguro habrás escuchado o leído más de una vez este tipo de frases. Están en muchas imágenes de diferentes redes sociales, en títulos de libros de autoayuda y hasta en diferentes productos como remeras, agendas, etc. Vivimos bombardeados con la idea de que ser felices todo el tiempo es posible. Y no sólo posible, sino también muy simple: basta con tomar una decisión, con cambiar de actitud o con “ponerle onda”.
La cultura promueve fórmulas para vivir a partir de enunciados como estos, donde el sentirse bien todo el tiempo pasa a ser un imperativo. Basta con prender un rato la tele para ver una gran cantidad de publicidades que te venden soluciones a todo tipo de malestares para que puedas enviar bien lo más rápido posible y continuar con tu día siendo productivo. Pareciera que vivir sin ningún tipo de incomodidad o sufrimiento es a lo que deberíamos apuntar para alcanzar el éxito. Además, se pretende de nosotros que, tras vivir algún suceso doloroso (como puede ser un duelo) nos recuperemos lo más rápido posible, que “seamos fuertes”, que tengamos en cuenta que “hay cosas peores”, etc.
¿Te suena este tipo de discurso? Algunos psicólogos le llamamos “positividad tóxica” a este conjunto de creencias en exceso optimistas, y a continuación voy a explicar por qué puede ser dañino.
Estos mensajes a los que estamos constantemente expuestos muchas veces nos hacen sentir frustrados. Más de alguno de ustedes habrá pensado: ¿Cómo puede ser que, si ser feliz es tan fácil, a mí todavía no me sale? ¿Por qué todos pueden menos yo? ¿Tendré algún defecto psicológico que me imposibilita alcanzar la felicidad?
A nivel social vemos cómo se genera un estigma contra las emociones que percibimos como negativas (tristeza, enojo, miedo, etc.). Lógicamente, terminamos pensando que, si no nos sentimos bien todo el tiempo, somos anormales. Este concepto de “normalidad” nos lleva a querer ocultar y evitar a toda costa el dolor o cualquier sensación que nos resulte incomoda. De esta manera, mucha gente no se anima a hablar de lo que realmente siente ni tampoco a pedir ayuda, y muchos problemas psicológicos como la depresión y el suicidio siguen siendo temas tabúes.
El bienestar mental pasa a ser algo percibido como inalcanzable, ya que se nos muestra como si se tratara de un estado de perfección, felicidad y alegría constantes. Y por supuesto, esto genera muchísimo estrés y aún más malestar.
Es muy común escuchar a los pacientes manifestar en las primeras entrevistas su motivo de consulta de las siguientes maneras: “Quiero dejar de sentirme triste”, “No quiero tener más ansiedad”, “Quiero ser menos inseguro”.
¿Qué pasa cuando nuestro objetivo principal como seres humanos es vivir una vida indolora? Posiblemente nos obsesionemos con la búsqueda de control sobre los pensamientos y los sentimientos, partiendo desde la creencia que de alguna manera podemos hacerlos desaparecer.
Así es como, además del dolor que todos experimentamos alguna vez por el simple hecho de estar vivos y pertenecer a la especie humana, también experimentamos otro tipo de dolor extra o sufrimiento cuando intentamos compulsivamente evitar y controlar las experiencias desagradables.
El Trastorno de Evitación Experiencial ocurre cuando una persona intenta de forma deliberada alterar la forma y la frecuencia de diferentes experiencias internas que le resultan angustiosas. Es decir, se trata de acciones encaminadas a controlar o eliminar sentimientos, pensamientos, recuerdos y sensaciones corporales.
Por ejemplo: ir a rendir finales me produce ansiedad, y como se me ha enseñado, la ansiedad es una “emoción negativa” que NO debo sentir. Por ende, y para hacer desaparecer este malestar, decido no presentarme a la mesa y postergar eternamente el momento de enfrentarme a los exámenes. A corto plazo esta acción es efectiva, ya que la ansiedad desaparece. Pero a largo plazo, la persona se encuentra cada vez más lejos de lograr sus objetivos personales y pierde contacto con lo que es realmente valioso para sí.
Esto sucede en muchas situaciones diferentes. Vemos pacientes que terminan evitando múltiples situaciones, personas, actividades para ahorrarse algún malestar y de esa manera su mundo de posibilidades se hace cada vez más pequeño.
Pero entonces, ¿se trata de aceptar todo, conformarnos y sufrir por sufrir? Por supuesto que no. Desde las terapias contextuales, trabajamos con dos principios fundamentales: aceptación y activación. Un objetivo terapéutico puede ser aprender a distinguir qué cosas no podemos controlar (y nos toca aceptar) y cuáles sí (para activar y dirigir nuestras acciones hacia aquello que nos importa). En general, los pensamientos y emociones tienen el carácter de automáticos. No elegimos tenerlos, por lo cual, pueden ser un claro ejemplo de cosas que no podemos controlar y debemos intentar aceptar.
Sin embargo, seguramente hay muchos factores en los cuales sí podemos intervenir. No se trata de dejar todo como está y conformarse, sino de aprender a distinguir cuales son las pequeñas cosas que sí podemos cambiar. Por otro lado, evitar algunas emociones o pensamientos displacenteros no siempre está mal, el problema aparece cuando lo hacemos de manera inconsciente o automática, cuando parece que no tenemos poder de decisión y la evitación nos aleja de actividades que son valiosas para nosotros, encontrándonos cada vez más lejos de la persona que nos gustaría ser.
El sufrimiento y el bienestar son dos caras de una misma moneda. Si algo nos duele, es porque del otro lado hay algo que nos importa profundamente. Por ejemplo: si sos estudiante universitario y rendir finales te trae mucha ansiedad y miedo al fracaso, quizás signifique que la carrera te importa mucho y recibirte es algo valioso para vos. Podrías hacer desaparecer ese malestar muy fácilmente de una manera: abandonando la carrera. Pero de esa manera, ¿te estarías acercando o alejando de tus metas y de la vida que querés vivir?
Tal vez, podemos elegir tomar con pinzas esas fórmulas o frases motivacionales (¿o desmotivacionales?) que vemos en las redes. En lugar de intentar alcanzar un estado eterno de felicidad que a veces se siente muy lejano, podemos preguntarnos ¿Qué puedo hacer hoy para estar un poquito más cerca de ser la persona que quiero ser? ¿Qué cosas en mi vida puedo agradecer y cuales puedo seguir mejorando? Si aparece el dolor en mi camino, ¿estoy dispuesto a hacerle un lugarcito mientras sigo caminando?
Para concluir, podemos repensar la frase el comienzo: ¿ser feliz es una decisión? Además de que no podemos elegir cómo nos sentimos, no nos sirve mucho pensar a la «felicidad» como una línea de llegada, como algo que logramos de una vez y para siempre. Y tampoco creo que sea tan fácil. En todo caso, quizás lo que llamamos felicidad tiene más que ver con un montón de pequeñas decisiones cotidianas que de a poco nos reorientan hacia aquello que es significativo y valioso para cada uno de nosotros.
Un buen motivo para empezar terapia, es poder descubrir en conjunto cuales son esos valores y cómo podemos plantearnos objetivos realistas para encarnarlos en el día a día. No le aseguro que vaya a ser fácil, pero esta alternativa sí que es posible.