“Se me rompió la heladera, tengo que comprar una nueva, pero si la compro, no llego a fin de mes, ni a pagar el alquiler. Podría pedirle adelanto a mi jefe, pero capaz se lo toma mal, tampoco quiero pedirle prestado a nadie…” ; “ Rindo un examen en tres días y todavía no toque un libro, me va a ir mal y voy a tener que recusar el año, si recurso de nuevo, no me recibo mas y si no me recibo mi vida económica va a ser un fracaso“; “Cada vez que mis hijos salen solos, pienso que le puede pasar algo malo, la calle es peligrosa, ¿Si les pasa algo y yo justo no estoy para ayudarlos?” ; “Si sigo preocupándome así, voy a terminar enfermándome” ; “La única que se preocupa en esta casa soy yo, los demás no hacen nada”…. ¿Estas frases te resultan familiares?
La preocupación es un mecanismo del pensamiento (o proceso mental) que surge de manera automática, como intento de resolver problemas potenciales que amenacen diversas áreas vitales, valoradas personalmente. La preocupación tiene una orientación al futuro y este mecanismo, en su vertiente útil y funcional, puede servir como “motor” para planificar y calcular probabilidades de ocurrencias de situaciones (deseadas o indeseadas) y ser útil para aplicar un curso de acción, que sirva para resolver y afrontar el problema que se nos interpone. Es importante comprender que preocuparse no es sinónimo de ocuparse, sino un medio, que bien gestionado y regulado, puede ser útil para la resolución de problemas.
Pero… como dice el dicho popular “ningún extremo es bueno”, y a veces la preocupación se vuelve excesiva jugándonos una mala pasada y convirtiéndose en un martirio, cual pájaro carpintero picoteándonos la cabeza o en su defecto se convierte en un “mal necesario” que termina afectando la calidad de vida.
Cuando la preocupación se vuelve excesiva y patológica, deja de ser efectiva para resolver y afrontar problemas concretos, entonces quedamos envueltos en esa cadena de pensamientos sin fin y de posibles soluciones, que no salen del plano mental y nos limita el accionar, evitando así aplicar una resolución real. De esta manera, finalmente la preocupación, se convierte en inútil y dañina.
La preocupación excesiva y patológica, es una característica frecuente que presentan las personas con Trastorno de ansiedad generalizada (TAG). Las personas con TAG piensan catastróficamente de modo continuo y consideran sus pensamientos como
peligrosos e incontrolables. Este cuadro se asocia a mayores dificultades para regular la preocupación excesiva y a un importante deterioro en la calidad de vida.
Es frecuente que la preocupación patológica, esté asociada a creencias (explicitas o implícitas), de carácter rígido sobre la misma preocupación y que contribuyen a mantener el problema (Wells, 2004).
Por ejemplo, algunas personas con ansiedad, creen que preocuparse es “bueno” y aparecen creencias y pensamientos del estilo: “Preocuparme me ayuda a resolver problemas y a prepararme para lo peor”; “Si me preocupo significa que me tomo en serio los problemas”; “Gracias a que me preocupé, me fue bien en el examen/trabajo” etc.
Estas creencias son erróneas, ya que si fueran ciertas, podríamos predecir y anticipar cada catástrofe, pérdidas o momentos difíciles de la vida, o también podríamos aprobar un examen, y/o hacer buen un trabajo, con solo preocuparnos.
En el polo opuesto, aparecen creencias que preocuparse es “malo e incontrolable” y son frecuentes pensamientos del estilo: “Preocuparme es incontrolable y peligroso”; “Tengo que dejar de preocuparme y controlar esto que me pasa”.
Estas creencias, también son erróneas y paradójicamente generan más ansiedad, ya que cuanto más intentamos controlar y/o suprimir los pensamientos, mas incontrolables se vuelven (Por ejemplo, si te dijera que NO pienses en un elefante blanco, ¿en que estas pensando?, con la idea de controlabilidad de la preocupación se genera un efecto similar).
No hay dudas que la evolución, nos transformó en seres pensantes y complejos, eso nos genera ventajas y también desventajas. Los extremos no son saludables, en ningún área de la vida y con la preocupación excesiva aplica lo mismo. Es necesario encontrar un sendero intermedio y aprender a regular la preocupación desmedida de manera que se convierta en útil y adaptativa, para que nos permita afrontar los problemas que ocurran de manera efectiva y podamos vivir una vida digna y plena, acorde a los valores propios, aquí y ahora.
La terapia cognitiva brinda herramientas para la reducción y regulación de la preocupación apuntando al cambio de las creencias desadaptativas, así como a las estrategias de control mental y conductual responsables de la persistencia de la preocupación patológica. (Clark & Beck, 2010). Con ayuda de la terapia, es posible, redirigir la preocupación excesiva por problemas futuros, hacia una valoración mayor del momento presente.