El término resiliencia tiene su origen del latín (resilio), que significa volver atrás, volver de un salto, rebotar. La palabra resiliencia designa la capacidad del acero para recuperar su forma inicial a pesar de los golpes que pueda recibir y a pesar de los esfuerzos que puedan hacerse para deformarlo.

La incorporación de este concepto a las ciencias sociales y de la salud es relativamente reciente. En principio, la resiliencia fue definida como la habilidad para desarrollar una adaptación exitosa en un individuo expuesto a factores biológicos de riesgo o eventos estresantes.

En el área de salud mental,  la psicopatología ha conceptualizado a la resiliencia emocional como un conjunto de rasgos de la personalidad y de los mecanismos cognitivos desarrollados por un individuo que le confieren protección ante situaciones adversas, impidiendo el desarrollo de un trastorno mental. El cerebro es el órgano ejecutor central del sistema biológico responsable de la resiliencia.

El estrés sería la respuesta de una persona frente a los cambios y estímulos que atentan contra su equilibrio. Las personas mostramos  un alto grado de variabilidad en lo que respecta a nuestras reacciones frente al estrés, ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que algunas personas, ya sea por factores genéticos o adquiridos (aprendizaje en su medio ambiente bio-psico-social), se pueden mostrar más vulnerables, mientras que otras se muestran mejor preparadas o más resilientes.

Entonces nos preguntamos ¿cuáles son aquellos mecanismos que favorecen a la resiliencia y que nos permiten tener  respuestas más adaptativas frente al estrés? La respuesta está relacionada con aquellos mecanismos cognitivos involucrados en la regulación emocional. La regulación cognitiva de las emociones se trata de un proceso por el cual incidimos sobre diferentes aspectos de nuestras emociones, como por ejemplo, qué emociones tenemos, cuando las tenemos o cómo las experimentamos y expresamos. Las emociones pueden ser espontáneas o  “automáticas”, o pueden resultar de un proceso cognitivo. Aunque muchas veces no podemos evitar sentirnos inundados de una determinada emoción que se dispara, lo que sí podemos hacer es intentar desviar su curso. Esta capacidad consiste en elegir entre muchas opciones posibles, un sentido o significado funcional para la situación que gatilla la emoción, se trata en otras palabras de “cambiar la forma en que sentimos, modificando la manera en que pensamos”, en muchos casos logrando de esta forma atenuar el impacto de una situación estresante y preservando la capacidad de respuesta frente a la misma.

La persona que llega a terapia, busca de alguna forma cultivar su resiliencia ante una determinada situación vital que demanda activarla o construirla. ¿Cómo “cambiamos lo que pensamos para poder lograr sentir diferente”? ¿Cómo acompaña este proceso el terapeuta cognitivo conductual? El terapeuta trabaja en la dirección de ayudar al paciente a reconocer sus patrones cognitivos y creencias de modo de poder modificarlos mediante cogniciones y creencias alternativas. El paciente logra de esta forma desarrollar una nueva mirada, generando consecuentemente el terreno para la creación de nuevas emociones y experiencias.