Si nos remitimos a la definición de ansiedad, nos encontramos con componentes como el temor y la preocupación por el futuro, la incertidumbre y la anticipación. Un “combo” que asusta a cualquiera. Es por eso que, cuando pensamos en la ansiedad, casi siempre nos parece que es una “mala palabra”.

Ahora bien, la ansiedad en sí misma no es mala, incluso en su justa medida, nos ayuda a estar atentos, a movilizarnos para alcanzar nuestros objetivos. Después de todo ¿quién no “perfeccionó” una situación luego de imaginar ese momento? Ese anticiparse y visualizar un porvenir es algo propio de la ansiedad y puede resultar en algo positivo, ya que nos permite prepararnos y aprender.

Sin embargo, como sucede en los extremos, también puede resultar perjudicial, aún cuando no lo parezca. Aquí nos encontramos con la ansiedad altamente funcional, que es una de las formas en que se expresa.

¿Qué es la ansiedad altamente funcional?

La ansiedad altamente funcional es aquella que se oculta tras la productividad y la eficiencia. En la cara visible, nos encontramos con estas “pseudo ventajas”: detallismo, puntualidad, prolijidad, organización y compromiso. Aunque detrás se esconde el desgaste que implica estar activados a un nivel muy elevado durante mucho tiempo.

¿Cómo es la persona ansiosa típicamente funcional?

  • Es detallista, perfeccionista, muy cumplidora.
  • Suele dar la sensación de que nunca puede relajarse, siempre va de prisa, se encuentra como “en alerta”, nerviosa. En ocasiones, este estado se acompaña de movimientos o “tics” como mover la pierna mientras está sentada, morderse las uñas, etc.
  • Se caracteriza por una agenda colmada de eventos y compromisos
  • Tiene escaso o nulo tiempo dedicado al ocio y al descanso.

La ansiedad altamente funcional tiene una doble cara: nos seduce con los logros y resultados que obtenemos, con la admiración que despertamos en el resto. Sin embargo, a un costo muy alto: el de nuestra salud mental. A causa de ella, nos perdemos de conectar con las situaciones que estamos viviendo, ya que siempre estamos pensando en los pendientes. Estamos en un lugar físicamente, pero nuestra cabeza está en otro lado.

Sin embargo, cuesta reconocerla porque “rendimos”: como su nombre lo indica, nos permite funcionar bien en nuestro entorno. Incluso, cuando aparecen algunas señales, tendemos a minimizarla bajo la justificación de que nos agrada ese ritmo de vida.

Para complejizar aún más, el contexto refuerza de manera constante aquellos atributos del orden y el cumplimiento. De modo que es difícil advertir que en realidad estamos comprometiendo nuestra calidad de vida y bienestar.

¿Cómo podemos abordar la ansiedad funcional?

En primer lugar, desafiar las propias creencias y pensamientos que sostienen esta postura. ¿Es este ritmo de vida, tan ajetreado y tan sin descanso- lo que me gusta tanto o es el reconocimiento que recibo por mi productividad y mis logros? Cuando logramos identificar aquellos pilares que sostienen determinadas conductas, es posible que podamos pensar y elegir otras formas de llegar al mismo resultado. Otros caminos posibles que no pongan en riesgo nuestra salud ni nuestros vínculos.

A su vez, desde la TCC (Terapia Cognitiva Conductual) podemos aprender a flexibilizar ese sistema de creencias, rígido e implacable, que nos hace llevar el compromiso y el cumplimiento hasta extremos muy nocivos.

También debemos aprender a escuchar y conocer nuestro cuerpo. La ansiedad no viene sola: suele estar acompañada de ciertas señales físicas, de alteraciones en nuestro estado de ánimo (por ejemplo, estar muy irritables “sin razón alguna”), dificultades para conciliar el sueño, entre otras. El cuerpo no traiciona y avisa: si omitimos sus señales, es probable que acabemos en burn out, que es el agotamiento extremo físico y mental.

Necesitamos conocernos para poder frenarnos a tiempo. La relajación debe ser incorporada como una estrategia para frenarnos. Por ejemplo, el mindfulness, que pone el foco en el aquí y ahora, resulta muy útil para evitar disparar la mente hacia el futuro, que es el plazo temporal en donde se mueve la ansiedad.

A su vez, “agendar” momentos de ocio y descanso. Buscar planes que nos desconecten y nos reconforten. Practicar ejercicio. Deshacernos del celular y las redes sociales en algún momento del día.

Por último, en relación al punto anterior, saber ponernos límites es un gran desafío. Aprender a buscar el equilibrio entre la responsabilidad, el trabajo, el ocio y el descanso. Es muy importante acortar nuestro día en lugar de estirarlo hasta altas horas de la noche. Aprender a decir que no, a no aceptar todos los trabajos y pedidos que recibimos.

En definitiva, la ansiedad altamente funcional nos interpela no solo de manera individual sino también colectiva. Nos convoca a dejar de idealizar aquellos estados de extrema eficiencia y éxito, que se sostiene a base de sacrificar el presente, la calidad de vida y la salud.