El comer es un acto complejo, es una conducta que implica múltiples factores, va mucho  más allá de lo meramente biológico  implicando lo psicológico, lo cultural y  también lo social. Es una actividad en la que convergen sabores, texturas, gustos y también hábitos, recuerdos, creencias, sentimientos y emociones.

Si bien comemos porque es una necesidad vital porque necesitamos tomar de los alimentos los nutrientes y la energía, también lo hacemos participando de actividades sociales que están plagadas  de costumbres y tradiciones. La comida nos reúne  y muchas veces es la central atracción en celebraciones y festejos, aunque también la utilizamos para sobrellevar  frustraciones, enojo, aburrimiento, tristeza y ansiedad.

¿Comemos guiados por las sensaciones de hambre o porque nos hemos tentado con algún alimento que resulta irresistible para nuestros sentidos? ¿ o quizás comemos porque nos condiciona una determinada situación social, un cumpleaños por ejemplo , donde comer y festejar parecen ser el mismo plan? ¿Cuándo comemos por necesidad o para tapar agujeros emocionales?

Para poder contestar estas preguntas primero tenemos que comenzar por entender que estamos expuestos a una gran cantidad de estímulos externos e internos y la mayoría de ellos nos lleva a comer sin hambre y sin que seamos del todo conscientes de ello, podemos decir que comemos en “piloto automático”. Los estímulos los podemos entender como posibles desencadenantes que pueden ser internos o externos.

Los estímulos externos o ambientales son los que recepcionamos por nuestros cinco sentidos, ver u oler comida que nos encanta, reuniones familiares con comida como centro de la escena, etc. En nuestra cultura existen ciertas costumbres relacionadas con el comer en familia, el ritual de sentarnos a la mesa a comer, sin tener en conciencia si tenemos o no apetito.  Dentro del grupo de los estímulos internos, podemos encontrar dos  subgrupos los corporales y los mentales: los estímulos corporales están las sensaciones físicas procedentes de nuestro propio cuerpo, que fácilmente podríamos confundir con el hambre, como por ejemplo la sed, algún dolor físico, el cansancio, etc. Los desencadenantes mentales son pensamientos o emociones, e incluyen nuestros diálogos internos, nuestro sistema de creencias, nos decimos cosas que nos habilitan a comer, del estilo “mañana empiezo a cuidarme” o “acá se festeja comiendo”, «panza llena, corazón contento», también manejamos expresiones  «se me cerró el estómago», «me cayó como una piedra»,  todas remiten a ese vínculo directo entre la alimentación y nuestras creencias y emociones.

Los desencadenantes emocionales incluyen situaciones muy variadas y frecuentes: comer por tristeza, por aburrimiento, por ansiedad, por bronca, para castigarse, para celebrar, por soledad, comer para llenar un vacío incluyendo los sentimientos de malestar, culpa y vergüenza que trae aparejado.

Ante estos diversos estímulos ¿Cómo hacer para que la comida ocupe un lugar saludable en nuestra vida? ¿Cómo lograr una alimentación que sea en su justa medida?

El primer paso es registrar de qué se trata ese estímulo que influye en nuestra forma de comer, debemos empezar por estar advertidos de estos anzuelos facilitadores de descontrol o picoteo. Podemos sintetizar la práctica de la alimentación consciente en los siguientes puntos:

  • Conciencia cuerpo-mente-emociones. La respiración nos permite anclarnos en el momento presente y lograr sintonizar con la sensación de hambre y/o saciedad antes de comer. Haciendo respiraciones sentidas y profundas,  logramos dirigir la atención a nuestro cuerpo, lo cual mejora nuestra percepción y sintonía con nuestras propias señales de hambre y saciedad, para poder tener mejores pistas sobre qué clase de nutriente estamos requiriendo. Asimismo, la respiración nos permite reconocer la diferencia entre las sensaciones físicas del estrés emocional y las sensaciones físicas de hambre.
  • Comer despacio, masticando meticulosamente, saboreando los alimentos conectando con los sabores. De esta forma aprendemos a ser moderados reconociendo nuestro nivel de hambre y saciedad que, de acuerdo con las necesidades reales sintonizadas, esto nos permitirá reconocer cuándo ha sido suficiente y estamos confortablemente satisfechos.
  • Es importante darse cuenta de cuándo uno se está empezando a distraer para volver a llevar todas las veces que sea necesario la atención al saboreo, midiendo el propio nivel de hambre y saciedad a lo largo de la comida. Estar atentos y al percibir saciedad poder  permitirnos dejar de comer, tomando distancia de los mandatos familiares del estilo «Hasta que no termines todo, no te podes levantar de la mesa».

En conclusión una alimentación consciente implica desarrollar el autocontrol y el autoconocimiento, rescatando señales internas, señales que nos da nuestro cuerpo. El cuerpo es una poderosa herramienta de autorregulación, habla en términos experienciales de necesidades y posibilidades reales, al vivir en el presente, tiene el poder de informarnos sin confusión  a partir de señales. La idea es reconectarnos con las señales que nos da,  volviendo más consciente y menos automático el comer.