Es frecuente en la población general que se adjudique al estrógeno y a la progesterona y sus cambios premenstruales el rol de modificar las emociones hacia el polo displacentero; se asume que son responsables de una mayor irritabilidad y/o sensibilidad a la tristeza. Los profesionales de la salud mental formados en el modelo de DBT entendemos al período premenstrual como una vulnerabilidad emocional que contribuye a la disregulación emocional como factor biológico. ¿Habrá evidencia científica que valide esta afirmación? ¿Qué cambios ejercen sobre el sistema nervioso central, y puntualmente sobre los centros responsables del procesamiento de las emociones, las hormonas mencionadas? En este artículo pretendo responder a esta pregunta.

De acuerdo con el trabajo realizado por Yonkers (2008), la mayoría de las mujeres en edad fértil presentan síntomas físicos o emocionales en la fase premenstrual y menstrual del ciclo homónimo. Los síntomas son habitualmente moderados salvo en un 5-8% de mujeres donde los síntomas son severos y pueden ser muy incapacitantes. En este último caso, se comprende dentro del denominado Trastorno Disfórico Premenstrual y trae aparejado además deterioro funcional significativo.

La mayoría de las mujeres en edad reproductiva informan al menos síntomas premenstruales leves; por ello cierto grado de malestar premenstrual probablemente debería considerarse normal o fisiológico más que patológico.

Para poder comprender mejor los fundamentos del artículo, es importante explicar brevemente el funcionamiento del ciclo menstrual. En el ciclo habitual, en los primeros 15 días se produce un aumento del estrógeno en sangre, teniendo el máximo de concentración al producirse la ovulación, mientras la progesterona se mantiene en concentraciones bajas; en la segunda parte del ciclo, la progesterona sufre un aumento en su concentración como también el estrógeno (si bien es menor) para luego sufrir una caída abrupta previo a la menstruación.

El rasgo más característico del síndrome premenstrual es la relación entre la aparición de los síntomas y el ciclo menstrual. Los investigadores han sugerido durante mucho tiempo que las hormonas gonadales están involucradas. De acuerdo con esta presunción, los síntomas estarían ausentes durante los ciclos no ovulatorios, por ejemplo, en aquellas personas que realizan tratamiento con anticonceptivos orales, restableciendose mediante la administración de hormonas exógenas.

Respecto al mecanismo por el cual esto sucede, muchos investigadores sugieren que los síntomas que aparecen en la fase premenstrual, incluso los del estado de ánimo, son provocados por la caída de las concentraciones de progesterona en los días previos a la menstruación, y lo relacionan con cambios en los químicos cerebrales responsables de la transmisión de señales: los neurotransmisores. Específicamente lo vinculan con la serotonina.  Esta teoría, sin embargo, es cuestionada por el el hecho de que muchas mujeres tienen síntomas que comienzan con la ovulación y en los días inmediatamente posteriores a ésta, es decir, antes de que comience la caída de la progesterona. Además, se ha evidenciado que mujeres que recibieron tratamiento con progesterona han presentado síntomas a pesar de mantener estable la concentración en sangre de la hormona.

Existe una hipótesis alternativa: que los síntomas son desencadenados por el pico preovulatorio de estrógenos, o por el aumento postovulatorio de la progesterona, o ambas. Sin embargo, esta teoría no explica por qué los síntomas comienzan con la ovulación en algunas mujeres, pero más tarde en otras.

Más allá de las hipótesis, en la evidencia científica la importancia de la progesterona en comparación con el estrógeno para desencadenar los síntomas tampoco está clara.

Debido a que los síntomas del estado de ánimo y del comportamiento son características clave, los mecanismos subyacentes deben involucrar al cerebro. De hecho, las hormonas mencionadas llegan facilmente a él y cuentan con muchos receptores en regiones de éste que regulan las emociones y el comportamiento, incluidos la amígdala y el hipotálamo.

Se presume que el neurotransmisor serotonina está implicado en la regulación del estado de ánimo y el comportamiento, en parte debido a las observaciones realizadas en estudios en animales y en parte debido a los efectos antidepresivos y reductores de la ansiedad que ejercen los fármacos que aumentan la disponibilidad de la serotonina en los seres humanos. Esta teoría se apoya además en estudios genéticos y en experimentos de imágenes cerebrales.

Estudios en ratas han mostrado que cuando la concentración de serotonina cae en el cerebro, las mismas se muestran más agresivas, comportamiento que depende de los esteroides sexuales, es decir, estrógenos y progesterona. De allí se desprende que la serotonina modula o amortigua su función.

Se ha demostrado que los esteroides sexuales modulan la transmisión de serotonina en roedores y primates no humanos, lo que indica que las hormonas gonadales influyen en el comportamiento en parte al interactuar con la transmisión serotoninérgica. Por otro lado, la serotonina podría ejercer una influencia amortiguadora en áreas del cerebro, como la amígdala, que son activadas paralela e independiente por los esteroides sexuales.

La importancia de la serotonina para la regulación del estado de ánimo y la agresión, y el papel probable de la serotonina en la modulación del comportamiento impulsado por los esteroides sexuales, sugieren que la serotonina podría estar involucrada en la fisiopatología del síndrome premenstrual. Hay tres fuentes de evidencia que respaldan esta teoría. Primero, los síntomas premenstruales son atenuados de manera efectiva no solo por los fármacos que aumentan la serotonina, sino también por otros tratamientos que mejoran su disponibilidad. En segundo lugar, la alteración de la neurotransmisión serotoninérgica provoca síntomas. Y por último, en las mujeres con síndrome premenstrual varios índices de neurotransmisión serotoninergica han sido aberrantes.

También se planteó la hipótesis del papel de otros neurotransmisores, pero al momento actual no está del todo claro su influencia.

La evidencia sugiere que las mujeres con y sin síndrome premenstrual no difieren con respecto a la producción de esteroides gonadales, lo que indica que el síndrome premenstrual podría estar asociado con una mayor capacidad de respuesta a concentraciones fluctuantes normales de estas hormonas.

A modo de conclusión, puedo decir que efectivamente el estrógeno y la progesterona se vinculan con los cambios afectivos que ocurren en la fase premenstrual. Si bien hay muchas hipótesis y no todo está claro, sabemos gracias a la evidencia científica que lo respalda que es un factor de vulnerabilidad emocional biológica debido a la interacción y regulación que existe entre los químicos cerebrales encargados de modular el ánimo y las hormonas. Por ello, es importante tenerlo en cuenta a la hora de pensar en las propias emociones y de comprender aquello que facilita la disregulacion de las mismas.