Los conflictos con las personas con las que convivimos son inevitables. Tenemos diferentes intereses, opiniones y maneras de interpretar las situaciones. Sumado a ello, la situación actual del país no es la mejor: crisis económica, pandemia, aislamiento. Vemos personas agrediéndose en la televisión o en las redes sociales. El aumento de conflicto en las familias, las parejas o en el ámbito laboral en estos últimos meses es evidente. En este texto se intentará explorar algunas ideas, no para eliminar los conflictos (algo no solo imposible, sino que tampoco sería deseado), sino para el mejor manejo de los mismos desde una perspectiva conductual.

ANTECEDENTES: VULNERABILIDAD.

Aquí nos referimos con vulnerabilidad a toda situación que altera temporalmente el valor de un estímulo. Es una idea muy intuitiva y que experimentamos seguido: un vaso de agua fría probablemente nos va a parecer mucho más atractivo un día caluroso que un día de invierno. De la misma manera, las condiciones que anteceden a una interacción son importantes: cuando tenemos hambre, sueño, estamos enojados por una pelea previa, o nerviosos por un examen, no es el mejor momento para debatir, ya que en un momento de malestar es muy probable que interpretemos una palabra o una frase como algo agresivo, cuando la misma frase o palabra en un día común no lo haríamos. Pensemos en la situación actual: gente estresada porque ha perdido poder adquisitivo, otros que la ansiedad no los deja dormir; vemos todo el tiempo gente discutiendo en la tele o en internet.

Bajar el nivel de malestar de una persona al momento de conversar es algo clave para hacerlo de una manera sana.

ESTIMULO DISCRIMINATIVO Y REFORZAMIENTO DIFERENCIAL.

El estímulo discriminativo es el que al presentarse, hace que sea más probable la aparición de una conducta que ha sido reforzada en su presencia previamente. Ejemplo típico: cuando vemos llegar a una persona con la que hemos discutido muchas veces nos predispone en una actitud de confrontación que hace más probable que se vuelva a producir una discusión. No hace falta que nos agreda: cualquier frase que nos diga podemos (mal)interpretarla como un ataque. Aprendemos de las experiencias previas, por lo tanto es algo esperable que suceda.

Cuando tenemos este tipo de relación con otra persona, podemos intentar cambiar la experiencia que tal presencia evoca en nosotros, o nosotros en esa persona. Una forma de hacerlo es compartiendo tiempo de calidad: compartir un período corto de tiempo en una situación agradable, e ir extendiendo el tiempo poco a poco. Al mismo tiempo cortar rápidamente la interacción cuando comience una situación aversiva como una pelea o discusión (esto se llama reforzamiento diferencial).

La idea es que la presencia de esa persona deje de estar asociada a una situación aversiva, y se convierta en un estímulo lo más apetitivo posible para lograr que ello aumente la probabilidad de una actitud de apertura a compartir tiempo juntos.

VALIDACIÓN DE LA EXPERIENCIA

Tal vez el mayor impedimento a la hora de entablar un diálogo es la sensación de que la otra persona no nos comprende. Ejemplo típico: un adolescente corta su primera relación amorosa, se siente triste porque era algo muy importante en su vida, y aparece un amigo que (con las mejores intenciones) le dice “bueno, ya vas a conocer a otra persona”. La torpeza es notable. Ese adolescente sabe que existe más gente en el mundo, y que es probable que en su vida conozca a alguien más, pero en ese momento no le importa el resto del mundo. El efecto que esta frase produce, probablemente, sea que ese chico sienta que la otra persona no comprende la importancia y el dolor de la situación.

Validar la experiencia es expresar a la otra persona, de manera no ambigua, que sus comportamientos, emociones o pensamientos tienen sentido y son entendibles en el contexto actual. No tenemos por qué sentirnos identificados con ello: lo que a mi persona me parece una banalidad puede ser de una importancia capital para vos.

Tal vez no podamos resolver el problema que le genera malestar al otro, no siempre podemos ayudar a que alguien vuelva a conseguir trabajo, que repare una relación, o que alcance su objetivo. Pero al validar su emoción, su pensamiento y/o su accionar logramos que la otra persona al menos se sienta comprendida y abre la posibilidad a que pueda compartirnos su experiencia.

TOLERANCIA AL MALESTAR. ¿TENER RAZÓN O SER EFECTIVO?

Un resultado común luego de un debate es este: nadie cambia de opinión. Un hecho no menos frecuente es el siguiente: antes del debate, ya sabemos que nadie cambiará de opinión. La inflexibilidad en esta área es entendible: la dificultad de reconocer un error frente al otro, el sustento menos racional que emocional de las ideas, etc. A pesar de ello seguimos intentado convencer al otro de nuestras ideas bastante seguido. ¿Por qué? Porque diferencias en ciertas ideas (por ejemplo: ideas religiosas o políticas) generan un malestar en nosotros, y la discusión, y la idea de que tal vez haya una posibilidad de que la otra persona (nunca uno mismo) pueda cambiar de opinión nos distrae de ese malestar.

Mirar la situación en términos de utilidad nos puede servir para encontrar una alternativa: si antes de la conversación sé que es poco probable que uno de los dos flexibilice sus ideas, ¿Sirve de algo? En este momento alguien podría decir “es que yo tengo razón en lo que digo”, y tal vez sea así, pero sabemos que con eso no alcanza. No podemos evitar el malestar que esto genere en nosotros, pero si podemos ahorrarnos el esfuerzo de estar dos horas discutiendo, de que la discusión pueda desviarse en temas personales, pueda terminar en temas hirientes y perjudique nuestra relación. El malestar seguirá estando, ya que seguirán con la misma postura, pero al menos podemos ahorrar tiempo, esfuerzo y evitamos el crecimiento de ese malestar. A veces hay que elegir entre tener razón o ser efectivo, las dos cosas juntas no siempre se puede.

Conclusiones

Las interacciones interpersonales son probablemente el fenómeno más complejo que podamos estudiar. La idea en este escrito fue llevar la atención en ciertos puntos que están bajo nuestro control para mejorar las condiciones bajo las cuales se llevan a cabo esas interacciones. No evitaremos el conflicto, pero tal vez sirva para mejorar las condiciones en las que se den y las consecuencias que generan.