“Lo que más me sorprende del hombre occidental es que pierde la salud para ganar dinero, después pierde el dinero para recuperar la salud. Y por pensar ansiosamente en  el futuro no disfruta el presente, por lo que no vive el presente ni el futuro. Y vive como si no tuviera que morir nunca, y muere como si nunca hubiera vivido”  Dalai Lama

 ¿Te pasó alguna vez notar que no estabas presente en alguna conversación, mientras comías algo, o mirabas una serie? En ocasiones nos damos cuenta que nuestra mente no está donde está nuestro cuerpo. Estás caminando por tu casa hacia algún objetivo y de repente te preguntás “¿qué era lo que iba a hacer?”. Este modo de estar de nuestra mente se denomina piloto automático. Cuando nuestra mente se encuentra en este modo es como si la vida pasara frente a nuestras narices sin que seamos realmente partícipes. Pero, si la mente no está en el presente, ¿en dónde se encuentra?

Nuestra mente tiene la posibilidad de viajar en el tiempo, tanto al pasado como al futuro. Esta característica resulta esencial para nuestra supervivencia, dado que podemos recordar eventos pasados y aprender de ellos, además de anticiparnos a sucesos del futuro. Por lo tanto, que la mente vaya y venga es completamente normal. Es así como funciona. Sin embargo el problema reside en el anclaje de la mente en el pasado o en el futuro. Cuando nos quedamos pensando en el pasado probablemente las emociones que sintamos sean tristeza, nostalgia, angustia o enojo. Mientras que si nos quedamos planificando el futuro sentiremos ansiedad, miedo o preocupación.

Entonces, puede que estés teniendo una conversación con un amigo/a, pero que no estés ahí, sino que estés anticipando y organizando tu futuro, pensando en que tenés que cambiar de trabajo, en lo que tenés que decirle a tu pareja cuando llegues a tu casa, en resolver un tema con tu jefe/a, etc. El costo radica en que no solo nos perdemos momentos que pueden ser importantes para nosotros/as, sino que además, este tipo de estrategias aumentan nuestro malestar emocional, llevándonos a sentir elevados niveles de ansiedad.  De alguna manera es como si intentaras resolver los problemas con la mente, pensando en todo lo que podrías hacer. Es una estrategia que deja de ser útil cuando nuestra mente está constantemente preocupándose y anticipándose,  privándonos de vivir el presente.

“La mente viaja en el tiempo, pero es importante aprender a anclarla en el presente”.

Otra estrategia que nos aleja del presente es la rumiación. Cuando le damos vueltas y vueltas a un tema en particular, cuando permanecemos anclados en lo que debería haber sido, en cómo deberíamos haber actuado. Rumiamos cuando pensamos en las causas y consecuencias de nuestro malestar, por ejemplo, cuando nos decimos constantemente :”¿por qué me siento así?”, “¿por qué me pasa esto a mí?”, “¿por qué me siento mal?”. Como resultado, poco a poco nuestra atención se va enfocando cada vez más en los pensamientos.

Por el contrario, el modo consciente, o el modo mindfulness, nos conduce a observar el momento presente, sin juzgarlo. La palabra mindfulness se traduce al español como “conciencia plena”.

Practicar mindfulness es practicar volver al presente, una y otra vez. Salir del automatismo en el que nos encontramos sumergidos para centrar nuestra atención en el aquí y ahora. El objetivo de este tipo de prácticas consiste en, como menciona el médico Daniel J. Siegel, entrenar el músculo de la atención. La atención consciente representaría al músculo cuando se contrae, mientras que la distracción al músculo cuando se relaja. Este es el objetivo central de las prácticas de mindfulness, las cuales nos brindan herramientas para abordar nuestros pensamientos y emociones.

Existen tres dimensiones en el Mindfulness: estar presentes, sin juicios y mostrando aceptación.

Practicamos estar presentes cuando notamos como, de a momentos, nuestra mente se ve captada por nuestros pensamientos, y gentilmente devolvemos nuestra atención  hacia donde queremos que esté.

Por otro lado, la mente realiza juicios acerca de la realidad, categoriza el mundo (bueno/malo, lindo/feo, agradable/desagradable).  Estos juicios no se remiten a los objetos de la realidad, sino que se arrastran hacia las situaciones, las personas y hacia nosotros mismos. Cuando nuestra mente juzga la realidad podemos pensar “ no sirvo para nada”, “todo me sale mal”, “no soy bueno para esto”. Cuando no comprendemos que aquello que nos dice nuestra mente no coincide necesariamente con la realidad, podemos creer fielmente en esos juicios. Por lo tanto, al practicar mindfulness, comenzamos a aprender cómo funciona nuestra mente, y a notar que nuestros pensamientos son solo eso, pensamientos.

El último componente es la aceptación. Aceptar no significa resignarse, sino experimentar voluntariamente pensamientos, emociones y situaciones, ya sean placenteras o displacenteras. Es afrontar las experiencias que están ahí para ser atravesadas.

En conclusión, estamos presentes cuando advertimos que nuestra mente se distrajo, preocupándose, rumiando, distrayéndose, y la traemos una y otra vez al presente.

No emitimos juicios, cuando aprendemos a observar la realidad tal cual es, sin agregarle mente, y  por lo tanto, más sufrimiento. Cuando podemos empezar a tomar distancia de nuestros pensamientos y comprender que no tenemos que actuar en base a ellos.

Practicamos la aceptación cuando nos abrimos a experimentar nuestras emociones tal cual son. Cuando le damos la bienvenida a las sensaciones corporales, emociones y pensamientos, sin tratar de hacer que se vayan. Cuando estamos dispuestos a experimentar y para dejar de evitar.