La vida en pareja: entre el amor y la dependencia

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«Todo fluye, todo cambia, todo nace y muere, nada permanece, todo se diluye; lo que tiene principio tiene fin, lo nacido muere y lo compuesto se descompone.

Todo es transitorio, insustancial y, por tanto, insatisfactorio. No hay nada fijo de qué aferrarse»

Buda

El amor es un tema difícil y escurridizo, y por eso asusta, especialmente si al amor de pareja hacemos referencia.

Partiendo de la idea de que no todos entendemos al amor de la misma manera, ni focalizamos nuestra atención y expectativas en relación a lo mismo, es que vamos realizando distintas construcciones en torno a nuestros vínculos. La noción de apego como aquello que en la más temprana infancia nos facilita la supervivencia desde el afecto, va sufriendo transformaciones a lo largo de la vida, y es en los vínculos amorosos donde cobra vital relevancia.

Por un lado, existen quienes viven como “una parte” importante de sus vidas la relación de pareja, coexistiendo con otras también significativas (relaciones de amistad, familia, trabajo), y por otro, están aquellos que enaltecen este tipo de vínculo por sobre los demás generando un elevado nivel de presión y esperanzas en que la relación de pareja sostenida “funcione a costa de lo que sea”.

Un gran porcentaje de personas que se presentan a la consulta psicológica, deciden trabajar sobre sus relaciones amorosas desde la vivencia de que algo en las mismas ocasiona angustia y malestar que resulta difícil de sobrellevar, pero que al mismo tiempo existe el claro deseo de querer continuar al lado de la persona elegida. En esta instancia, cabe empezar a tener en cuenta un aspecto clave: ¿ante qué tipo de vínculo nos encontramos?; ¿es una relación donde prima la dependencia o el amor?; ¿cuáles son los puntos a tener en cuenta para diferenciar a cada uno?

En ocasiones, las consultas aparecen por problemas derivados de una dependencia afectiva extrema que les impide establecer relaciones amorosas adecuadas. «Mi existencia no tiene sentido sin ella», «Vivo por él y para él», «Ella lo es todo para mí», «Él es lo más importante de mi vida”; la lista de este tipo de expresiones y «declaraciones de amor» es interminable y bastante conocida.

Hacemos referencia allí, a lo que el doctor en Psicología Walter Riso, menciona en relación a aquellas parejas donde la dependencia, aparece como protagonista en la modalidad vincular que se sostiene. “En el afán de conservar el objeto deseado, la persona dependiente, de una manera ingenua y arriesgada, concibe y acepta la idea de lo «permanente», de lo eternamente estable. El efecto tranquilizador que esta creencia tiene (…) es obvio: la permanencia del proveedor garantiza el abastecimiento”.

Siguiendo a este autor, el mismo identifica que algunas de las distorsiones cognitivas más comunes que fortalecen irracionalmente la conducta del apego, son:

  • excusar el poco amor recibido,

  • minimizar los defectos de la pareja,

  • creer que todavía hay amor donde no lo hay

  • persistir tozudamente en recuperar un amor perdido y alejarse, pero no del todo

Desde este posicionamiento, se piensa en las afirmaciones mencionadas como muestras de amor, representaciones verdaderas y confiables del más puro e incondicional de los sentimientos. Pero, ¿ésta sería la única forma posible de vivir el amor de pareja?

El autor presenta a su vez, la idea de que el desapego es un proceso posible, pero se caracteriza por algunas cuestiones que generan dificultades. Una de las cosas que más interfiere con ello, es el miedo a lo desconocido. La persona apegada, debido a su inmadurez emocional, no suele arriesgarse porque el riesgo incomoda. De esta manera, jamás pondría en peligro su fuente de placer y seguridad, ya que enfrentarse a lo nuevo siempre asusta.

Equivocadamente, entendemos el desapego como dureza de corazón, indiferencia o insensibilidad, y eso no necesariamente es así. El desapego no es desamor, sino una manera sana de relacionarse, cuyas premisas son: independencia, no posesividad y no adicción.

Por otro lado, se sostiene también que un proceso de reestructuración afectiva, así como las revoluciones interiores, cuando son reales, son dolorosas.

Para hacer frente a ello, desde la lógica del autor, en primera instancia es preciso aprender a superar los miedos que se esconden detrás del apego, mejorar la autoeficacia, levantar la autoestima y el autorrespeto, desarrollar estrategias de resolución de problemas y un mayor autocontrol. La principal dificultad que se puede identificar en este camino, es que todo esto deberá hacerse sin dejar de sentir lo que siente por la pareja, y por ello cuesta tanto llevarlo a cabo.

El «sentimiento de amor» es la variable más importante de la ecuación interpersonal amorosa, pero no es la única. Por ello es preciso considerar que amar no implica anularse, sino crecer de a dos.

Un crecimiento donde las individualidades, lejos de opacarse, se destacan. Una buena relación de pareja también debe fundamentarse en el respeto, la comunicación sincera, el deseo, los gustos, la espiritualidad, la ideología, el humor, la sensibilidad, y muchos otros componentes significativos para lograr la supervivencia afectiva.

“El placer de amar y ser amado es para disfrutarlo, sentirlo y saborearlo. Si tu pareja está disponible, aprovéchala hasta el cansancio; eso no es apego sino intercambio de reforzadores. Pero si el bienestar recibido se vuelve indispensable, la urgencia por verla no te deja en paz y tu mente se desgasta pensando en ella: bienvenido al mundo de los adictos afectivos”.

Una de las características de la persona no apegada (emancipada) es ser capaz de controlar sus temores al abandono, no considerar que debe destruir la propia identidad en nombre del amor, pero tampoco promocionar el egoísmo y la deshonestidad dentro de su vínculo de pareja.

Declararse afectivamente libre implicaría promover afecto sin opresión, poniendo distancia con lo perjudicial y haciendo contacto en la ternura. De esta manera el amor se manifiesta y se vive como ausencia de miedo.

El realismo afectivo sugiere que debemos partir de lo que verdaderamente es nuestra vida amorosa. Lo que es, y no lo que nos gustaría que fuera.

Si logramos comprender la relación en el aquí y el ahora, sin pretextos ni evasivas, podremos tomar las decisiones acertadas, generar soluciones o comenzar a despegarnos.

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