La belleza de la naturaleza nos emociona, la sonrisa de un niño nos atrapa y fascina, y el amor de nuestros seres queridos nos gratifica. En definitiva, las emociones nos marcan el paso del tiempo en nuestra vida, no sólo nos hacen sentir alegres, enojados o tristes, sino que también afectan el funcionamiento de algunos de nuestros órganos. Es lo que denominamos «dolor emocional»: aparte de los síntomas evidentes de miedo, ira, tristeza, rabia, o frustración, estas emociones, sobre todo cuando no se expresan o se expresan inadecuadamente, desencadenan efectos sobre algunos órganos o aparatos del cuerpo que se traducen en dolor, contracturas, alteraciones digestivas, bajada de defensas, cefalea o un dolor de espalda invalidante.
Cada uno de nosotros experimentamos y vivimos nuestras emociones de una manera distinta y única, y la manera como las registremos y racionalizamos determinará en muchos casos cómo afectan a nuestro organismo. Las personas que en sus contextos han sufrido y sufren dolor de espalda no han cambiado nada en su vida, aún no han dado un giro de timón a algunos de sus hábitos o patrones de comportamiento que resultan perjudiciales.
Como dijo Séneca hace casi dos mil años: «Parte de la curación está en la voluntad de sanar». Empecemos, entonces, conociendo el porqué de nuestro cuerpo. Algunos autores afirman que el mejor médico es uno mismo, porque somos quienes podemos conocer con mayor precisión cuándo se desencadena un dolor o qué lo empeora; somos quienes mejor podemos percibir las sensaciones extrañas de nuestro organismo con detalle.
¿Cómo funciona nuestro organismo?
En relación con el sistema nervioso hay que saber que unas fibras conducen impulsos relacionados con el movimiento voluntario (sistema nervioso motor) y otras fibras conducen impulsos que sirven para mantener las principales funciones de los distintos órganos (el sistema nervioso vegetativo). El sistema nervioso vegetativo es especialmente importante porque es el que relaciona nuestro entorno (lo que percibimos, lo que imaginamos y las emociones) con la respuesta por parte de algunos órganos internos. Hay dos tipos de fibras que pertenecen al sistema nervioso vegetativo y que, de algún modo, se contrarrestan mutuamente: el sistema simpático y el parasimpático.
Las funciones antagónicas de ambos sistemas pueden resumirse con un ejemplo sencillo: cuando nos emocionamos, el sistema simpático hace que segreguemos adrenalina, aumenta la frecuencia cardíaca y se nos erizan los pelos de los brazos; por el contrario, el sistema parasimpático es el encargado de contrarrestar este estado y regresar al equilibrio. Una vez pasada la emoción, los efectos se revierten, cesa la producción de adrenalina, la frecuencia cardíaca regresa a la normalidad y el organismo puede reposar. Sin embargo, a veces el sistema parasimpático no entra en acción o no tiene oportunidad de hacerlo. Esto sucede cuando hay un exceso de estimulación del sistema simpático que no puede ser contrarrestado por el parasimpático. Esto conlleva un estado de excitación o superestimulación crónico que tiene graves consecuencias para la salud. Cuando no hacemos caso de un dolor que nos avisa de que debemos pisar el freno y dejar de forzar la máquina, a menudo la propia adrenalina provocada por el día a día, la prisa y la necesidad de seguir ocultan la causa del dolor.
Tenemos que aprender a escuchar, transitar, interpretar, vehiculizar y vivir con el dolor. Según el diccionario, el dolor es un sentimiento atormentador que aumenta el desánimo y el malestar. Sin embargo, según los médicos antiguos, el dolor es un perro ladrador guardián de la salud.
Curiosamente, en la era moderna normalizamos la idea de que hay reducir el dolor a la mínima expresión; no toleramos el más mínimo padecimiento y para eso empezamos a tomar analgésicos a cualquier hora y en cualquier momento. Tengo dolor de muelas, analgésico; tengo dolor de espalda, analgésico. La primera consecuencia es que no hacemos caso al dolor, sólo buscamos una solución inmediata y sintomática que desaparezca el dolor, sin preocuparnos por tratar la causa.
Con lo que ha avanzado el conocimiento de la psicología a partir de la introducción de conceptos como el de la inteligencia emocional de Goleman, el papel de las emociones se ha empezado a tomar en serio. Actualmente parece innegable que existe una relación entre nuestras emociones y el estado físico.
¿Cuántas veces uno se enoja con un familiar o con su pareja, y no ha podido comer nada porque siente un nudo en el estómago? ¿ cuántas veces presenciamos injusticias y comenzamos a experimentar un dolor de cabeza o cierta tensión en la nuca?
Saber regular nuestras propias emociones determinará muchos aspectos de nuestra vida. El descontrol sobre nuestras propias reacciones emocionales desencadenará, día tras día, reacciones negativas sobre nuestro organismo. El organismo es un todo, de manera que cualquier enfado, cualquier gestión descontrolada de nuestras emociones, también provoca desajustes en el sistema nervioso y, probablemente, desequilibrios estructurales como contracturas o como alteraciones del sistema inmunológico.
Es bastante común entre los humanos recriminarnos constantemente nuestros errores, menospreciarnos a nosotros mismos y dudar de nuestras capacidades. Pasamos media vida preocupados por lo que probablemente nunca pasará.
Pero entonces, ¿qué podemos hacer para gestionar de otra forma lo que nos pasa, lo que sentimos? Tomar conciencia de los alertas que se manifiestan en nuestro cuerpo, detenernos, poder parar y mirarnos, observar nuestros propios pensamientos para poder percatarnos de que está pasando en nuestra mente durante los momentos de máximo estrés. Estos son momentos interesantes para anotar o reflexionar sobre nuestros pensamientos negativos, a menudo recurrentes, como la preocupación por nuestra imagen con respecto a los demás, las propias críticas o la culpabilidad. La mejoría anímica dependerá de nuestra capacidad para mejorar nuestros hábitos físicos, para poder entrar en coherencia con la mente y las emociones, de modo que finalmente todo nuestro cuerpo se beneficie.